Confeti de Odio y The Midnight Gospel

Hay días en los que parece que algunas fuerzas cósmicas se ponen de acuerdo para que no pares de descubrir cosas que sientes que son excepcionales. Ayer para mí fue uno de ellos: disfruté por primera vez de Tragedia Española, el primer LP de Confeti de Odio, y de la serie The Midnight Gospel. Un disco y una serie que en circunstancias normales ya me habrían parecido maravillosas, pero que en medio del tostón vital del confinamiento sencillamente me han hecho un poco feliz. 

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La Edad de Oro de la información rancia

Ahora más que nunca, estar bien informado es vital”. Desde que empezó la temporada de encierro he escuchado por todas partes consignas de este tipo. De hecho, parece que los responsables de algunos medios han pensado que estar sobreinformado es vital, ya que hace semanas que los espacios informativos ocupan la oferta de comunicación. Nunca se había visto tanto esfuerzo durante tantos días seguidos dedicado a la cobertura de la actualidad. Da igual el medio: en internet, en radio, en televisión o en papel, parece que ya no merece la pena hablar de asuntos que no guarden relación con el Covid-19. La saturación informativa es brutal, y eso que apenas hay novedades que contar. Así, se ha llegado a un punto en que la mayor parte de lo que se emite es contenido rancio, que está blando y sabe a pocho, y más vale consumirlo en pequeñas dosis, porque puede dar lugar a indigestiones severas.

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Los anacoretas

San Onofre representado en un icono bizantino

¿Llevas un mes encerrado en casa y ya no sabes qué hacer con tu vida? Bueno, pues ya decían Hidrogenesse que hay miles de cosas en el mundo que son mucho peor. Por ejemplo, los anacoretas. Eran personas que a lo largo de los últimos siglos de la edad antigua se pasaban años y años apartados del resto de la gente, dedicados  a buscar a dios o a algo que se le pareciera. Y como este tipo de gente siempre me ha caído en gracia, aprovecho para dedicarles un post. 

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El enemigo conoce al sistema, de Marta Peirano

El desarrollo de internet se ha producido de forma rápida y silenciosa. Buena parte de los que han contribuido a darle la forma, desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, han trabajado de manera muy opaca. Por ello, para la mayoría de sus usuarios, el funcionamiento de Internet continúa siendo una incógnita. Simplemente es algo que está ahí, y se manifiesta como una interfaz de aspecto cuqui, confortable y seguro, dentro del cual parece que siempre están a punto de suceder cosas importantísimas. Con solo encender una pantalla tenemos acceso a colecciones infinitas de música o películas a un coste irrisorio, a ligar sin necesidad de dar la cara o incluso a encabezar movimientos políticos sin levantarse del sofá. Una vez que uno se encuentra en medio de esta vorágine de emociones de baja intensidad es fácil quedar aturdido e ir perdiendo el sentido de la orientación. A partir de ese momento, lo mejor es relajarse y dejarse llevar durante la infinitud de ratos muertos que el universo offline nos brinda al cabo del día.

El enemigo conoce el sistema: Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención  (Ed. Debate, 2019) parte de una premisa: cuando nos conectamos a internet, rara vez somos conscientes del peaje que estamos pagando a cambio de un catálogo inabarcable de servicios. Porque, para Marta Peirano, el rol que se ha reservado al común de los usuarios es algo entre ser rehenes de grandes corporaciones borrachas de capitalismo salvaje y conejillos de indias en manos de psicólogos y sociólogos demenciados. 

Y todo esto es lo que el libro trata de exponer de manera mínimamente organizada.

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El próximo post tratará sobre “El enemigo conoce el sistema”

En otoño del año pasado llegó a las librerías el trabajo más reciente de Marta Peirano, en el que repasa las estrategias y mecanismos que han convertido internet en el mayor sistema de explotación política y económica del mundo actual. El enemigo conoce el sistema: Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención es un libro cuyo título (y también el diseño de la cubierta) apuntan sin rubor hacia la conspiranoia, pero cuyo contenido presenta un trabajo periodístico lúcido y riguroso.

Siempre ha sido interesante disponer de información sobre las estructuras de poder que rigen algo tan opaco como la red de redes. Pero en los días de confinamiento, ahora que internet es prácticamente el único cauce a través del que se mantiene el contacto con el resto de las personas, pienso que esta información se ha convertido en algo imprescindible. 

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Creatividad desaforada en los tiempos del Coronavirus

La Plaça Cervantes de Lleida. Esta es la última foto que tomé del mundo exterior antes de que se declarara el estado de alarma.

Empezamos mal. Hace solo tres días que anuncié que el blog de Spam de Autor volvía funcionar y ya he mandado a la papelera un par de posts prácticamente listos para publicar. La actualidad se mueve a un ritmo extraño, a cada instante sucede algo que me pilla con el pie cambiado -supongo que como a prácticamente todo el mundo-, e ideas que en mi cabeza tienen un aspecto deslumbrante se marchitan en cuanto toman contacto con la realidad. 

Cuando hay tiempo libre de sobra, el talento vuela alto y libre. Creo que que esto queda claro con solo echar un vistazo a la ingente cantidad de contenidos que todo el mundo -yo incluido- ha empezado a compartir desde el fin de semana pasado. Aunque, por desgracia, la mayoría de estas genialidades no le importan a nadie una puta mierda.  

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Todos hikkomoris

¡Hola! ¿Estáis todos bien? 

Supongo que desde hace un par de días ya estaréis comprobando que el universo telemático funciona en sentido contrario al del mundo tangible. Así, mientras oficinas, tiendas, bares y zonas públicas en formato físico súbitamente se han vaciado y han dejado de funcionar, muchos de los que manteníamos en suspenso nuestra actividad internáutica volvemos a dar señales de vida. 

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The Haçienda, por Peter Hook

Uno de los libros musicales que mejor lucen esta temporada en la sección de novedades de las librerías es “The Haçienda: como no dirigir un club” de Peter Hook (Ed. Contra, 2019). Entre otras cosas, porque el diseño de la cubierta (inspirado en la decoración del mítico club de Manchester) es espectacular. Como incondicional de Joy Division y de New Order que soy, y también como trabajador de la Hacienda Pública, estaba claro que no iba a tardar en devorarme este volumen. Y doy fe de que no defrauda: en sus páginas se acumulan cientos de anécdotas premium sobre juergas, drogas, guerras entre bandas mafiosas, holocaustos contables y catástrofes personales. Y todo esto sucedió mientras por los altavoces sonaba mucha de la  mejor música que se pudo escuchar durante las décadas de los ochenta y los noventa.

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Cambios y permanencias

Miguel Ángel Revilla picando el dalle. Imagen sacada de su cuenta de twitter.

Hace quince años por estas fechas recibí una propuesta para participar en un programa de doctorado que llevaba por título Cambios y permanencias en las sociedades tradicionales. Al final pasé de la universidad y no me apunté, así que la anécdota en sí no tiene mucho jugo; pero ese epígrafe se me quedó grabado en la mente como ejemplo de palabrería hueca que solo sirve para adornar una perogrullada como un piano. Coño, que en el ámbito de la investigación histórica lo que no es cambio es permanencia. 

El caso es que me he puesto a revisar las últimas publicaciones en el blog, y ocho de las diez entradas que han salido en lo que va de 2019 tratan sobre cosas que sucedieron hace no menos de dos décadas. Este blog empieza a parecer parece tan viejo que da reuma solo de leerlo. Pero la realidad es que la mayoría de las veces disfruto más cuando rastreo novedades, y sospecho que me saldrían textos más interesantes si empezara a esquivar los rollos nostálgicos. 


Por otro lado, hace tiempo que no publico ningún post de repaso y recomendación de cosas que he consumido últimamente, así que aprovecho y me tiro a por ello. El criterio para ordenarlas no puede ser más simple: hablaré sobre obras y autores recientitos, y también sobre alguna cosa que vio la luz en algún momento de otra era geológica. 

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Shinobi: solo hacían falta cinco duros para entrar en aquel mundo

Este texto apareció por primera vez en las páginas del #8 del fanzine Enciende la Mecha, que salió de imprenta en verano de 2018.

A finales de los ochenta yo era canijo y gafoso (incluso más que ahora), y cualquiera que buscara bronca conmigo llevaba las de ganar. Supongo que por eso, si me hubieran preguntado entonces lo que quería ser de mayor en la vida, seguro que habría dicho que me quería convertir en un ninja.  Porque a finales de los ochenta los ninjas eran lo mejor que podía haber. Ojos de Serpiente y Sombra eran de largo los mejores G.I.Joes. Las portadas de la revista Dojo y la Décimo Dan eran lo que más molaba en los kioskos (aparte de los cómics y las revistas porno, evidentemente). Los ninjas eran los únicos capaces de poner en aprietos a Chuck Norris y a Charles Bronson. Y al repasar la Historia del Cine encontraréis pocos héroes con más carisma que el que encarnaba Michael Dudikoff en las pelis de El Guerrero Americano.

Convertirse en un superguerrero sigiloso y letal requiere de años y años de durísimo entrenamiento en alguna academia secreta. Pero entonces existía un atajo: solo hacía falta acercarse al bar o a los recreativos, echar cinco duros en una máquina de ninjas y liarse a matar peña.

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