La Edad de Oro de la información rancia

Ahora más que nunca, estar bien informado es vital”. Desde que empezó la temporada de encierro he escuchado por todas partes consignas de este tipo. De hecho, parece que los responsables de algunos medios han pensado que estar sobreinformado es vital, ya que hace semanas que los espacios informativos ocupan la oferta de comunicación. Nunca se había visto tanto esfuerzo durante tantos días seguidos dedicado a la cobertura de la actualidad. Da igual el medio: en internet, en radio, en televisión o en papel, parece que ya no merece la pena hablar de asuntos que no guarden relación con el Covid-19. La saturación informativa es brutal, y eso que apenas hay novedades que contar. Así, se ha llegado a un punto en que la mayor parte de lo que se emite es contenido rancio, que está blando y sabe a pocho, y más vale consumirlo en pequeñas dosis, porque puede dar lugar a indigestiones severas.

Desde mediados de marzo la vida pública se ha visto reducida a su mínima expresión: apenas sucede nada en el mundo que implique a un colectivo de personas mayor que el que puede participar en una sola sesión de videochat. Y cuando pasa algo interesante no suele haber periodistas presentes que puedan difundirlo. Así que de poco sirve que haya unos espacios informativos vastísimos si no se dispone de contenidos con los que llenarlos. 

Igual que en esas series cuyo argumento inicial da para tres episodios pero que alguien decide alargar la temporada hasta la docena de capítulos, en los noticieros del confinamiento las tramas principales han entrado en un bucle, y cada vez cuentan con mayor protagonismo subtramas secundarias con un interés más que discreto. Así, para no perder la atención del espectador, los guionistas recurren trucos cada vez menos elaborados, y van incrustando dosis cada vez menos disimuladas de seudocientifismo, alarmismo, sensacionalismo y necrofilia tratando de insuflar vida a una historia en estado de coma.  En las series, a menudo se trata de disimular este empobrecimiento con una producción de lujo. Pero, por desgracia, aquí no se dispone de presupuesto para fotografía ni para vestuario: en la televisión del confinamiento la mayoría de los personajes visten en en chándal, en pijama o llevan unos EPIs de saldo, la fotografía y el sonido tiene la escasa calidad que permiten las retransmisiones desde un móvil barato, y las caídas de las conexiones a internet suelen acaban con todo convertido en un festival de glitches y píxeles gordos. 


En fin, que dedico este post a repasar algunas de las ñapas informativas que llenan en este telediario infinito que lleva emitiéndose ininterrumpidamente desde hace más de un mes. A ver si os suena alguna. 

Avalancha de números en bruto. Cualquier espacio informativo que se precie debe abrirse con tirarndo a la cara de la audiencia todo tipo de cifras, porcentajes y gráficas. Si se emite en radio o televisión es importante recitar los datos con tono severo y con la mayor rapidez posible. Si se trata de una noticia escrita, el color rojo debe estar presente por todas partes. Si de paso se aliña todo con siglas indescifrables y con vocabulario técnico o con términos en idiomas que no se entienden, mejor que mejor. Es recomendable omitir la fuente de la que se ha obtenido la información. Y bajo ningún concepto se debe ofrecer ningún análisis del contexto que pueda dotar de algún sentido a este mejunje.

Ruedas de prensa por parte de las autoridades. Se retransmiten a diario en directo. Las del Gobierno Central son las más famosas, y generalmente tienen lugar a eso de la una del mediodía. En ellas se aporta una avalancha de números en bruto de los que he comentado en el primer punto, y a continuación se anuncian nuevas medidas con un lenguaje lo suficientemente ambiguo como para que no haya manera de entender en qué van a consistir exactamente. A continuación intervienen representantes del Ejército y la Guardia Civil que explican algunas anécdotas sobre detenidos por saltarse el confinamiento o sobre las exhibiciones públicas que ha llevado a cabo algún cuerpo de élite del ejército. Y poco más. 

Al menos en los medios catalanes también se da amplia cobertura a los comunicados de la Generalitat, que tampoco no son tan diferentes de los del Gobierno Central. Bueno, confieso que el día que se diagnosticó el positivo por Coronaviurs del MHP Quim Torra tuve esperanzas de que se le vería hacer comunicados en pijama y que el panorama se volvería algo más interesante. Pero no, eso nunca llegó a suceder.

Descubrimientos flojos. “Una [Universidad/empresa/agrupación] de expertos de [x ciudad rara del mundo] descubre [un remedio para/un método para detectar] el coronavirus”. El número de variaciones posibles sobre esta plantilla de titular no es demasiado amplia. A pesar de ello, cada día la esperanza vuelve a nacer con alguna aviso de que la derrota del Covid-19 está a punto de llegar. [Atención, Spoiler: en un 99% de los casos nunca más se volverá a saber sobre ese avance científico ni sobre el equipo que presuntamente se estaba a punto de salvar el mundo]. 

Estudios sociales recién sacados de la manga. La técnica para confeccionarlos es sencilla: tomas al azar varios datos de la avalancha que comenté en el primer punto, los mezclas entre sí, los agitas, tomas mucho aire, bebes la mezcla de un trago, y el primer eructo que salga va directo al titular de la noticia. A partir de ahí, lo de inventarse alguna explicación más elaborada o limitarse a dejar la idea desnuda depende únicamente de la voluntad de cada medio. 

Joer, admito que en varias ocasiones me he marcado en el blog algún estudio social invent total, pero al menos he tratado de avisar de que no había ningún rigor científico y que no era más que  una broma con la que echar un rato. Pero, en un medio profesional, ¿qué menos que advertir de que no hay ninguna base que sustente las informaciones?

Oráculos y mediums – ¿Cuántas personas morirán el fin de semana que viene? ¿Cuántos días quedan hasta el próximo repunte del infectados? ¿Qué día exacto terminará el confinamiento? ¿Cómo será la vida cuando todo esto haya pasado? ¿Qué número saldrá premiado en el próximo sorteo de lotería de Navidad? ¿Eres más de Anthony Blake o de Esperanza Gracia?

Bastantes periodistas aprovechan la coyuntura actual para poner a prueba sus habilidades en el campo de la futurología. Pero también hay quienes se aventuran a documentar lo que está aconteciendo en líneas temporales paralelas a la nuestra. Así, los trabajos de historia contrafactual tratan de explicar cómo habría cambiado el devenir del mundo si se produjeran variaciones en una o varias circunstancias que se produjeron en el pasado. Dicho de otra manera, el investigador trata de justificar cómo le gustaría que fuera el presente a base de adornar sus visiones con avalanchas de datos de los del primer apartado, de manera que no sea tan evidente que está contando una paparrucha. 

En fin, este tipo de informaciones pueden tener su valor como relato de ficción, pero desde luego que tienen muy poco que ver con el rigor periodístico.

-“Así viven el Coronavirus los españoles”. Aunque este tipo de reportajes y fotogalerías hagan creer que representan una amplia diversidad social, casi siempre se limitan a mostrar a los vecinos de portal de algún trabajador de la redacción. En cualquier caso, si se buscara la información en otros lugares el resultado sería bastante parecido: las vidas de prácticamente todo el mundo son igual de anodinas estos días.

Otro modelo recurrente es el de “así viven los famosos el confinamiento”, en el que se muestra a gente igual de aburrida pero con unos casoplones de aúpa. Por lo demás, tampoco aportan información de interés sobre nada.

En este epígrafe también incluyo las noticias sobre las movidas que hace la gente en los balcones de sus pisos. Confieso que a mí esto me resulta muy exótico, pues en la calle en la que vivo nadie se asoma a aplaudir, ni a colgar pancartas, ni a poner música bonita ni fea.

Y, por supuesto, no me olvido de reportajes del tipo “cómo se vive la cuarentena en un centro de salud”. En ellos se intentan plasmar estampas de sanitarios exhaustos, gente amontonada por los pasillos, aplausos dedicados a algún paciente que recibe el alta y ovaciones de las fuerzas de orden público hacia los trabajadores del centro. El caso es que, dado que el diseño arquitectónico de estos centros generalmente es impersonal y que la mayoría de los protagonistas van uniformados y llevan la cara tapada, nunca hay manera de confirmar que no se están publicando las mismas imágenes una y otra vez, día tras día, semana tras semana.  

Reportajes con moraleja. Ahora que se han cerrado las puertas de la Universidad de la Calle, muchos de sus alumnos más aventajados han corrido a matricularse en el Posgrado de la Cuarentena. Quizás esto sirva para explicar el bombardeo de contenidos que tratan de explicar lo que nos ha enseñado el Coronavirus

Para estas personas de vuelta de todo, otra manera de demostrar el profundo conocimiento que han adquirido sobre el espíritu humano consiste en recuperar algún vídeo subido a cualquier red social por algún usuario anónimo, convertirlo en noticia, y hacer de ello una fábula moral que rematan con derroches de sensatez del estilo de “este vídeo hará que recuperes la fe en el buen corazón de los españoles” o “este vídeo demuestra que los españoles tienen el corazón más negro que los cojones de un grillo”.


Epílogo – Lo confieso: me salté tres temporadas de Juego de Tronos. Perdí el interés por la serie al final de la cuarta, y no me molesté en seguir las siguientes. El año pasado me picó la curiosidad por cómo terminaría todo, así que probé a ver la octava temporada a medida que se iban estrenado los últimos episodios. Y me quedé sorprendido porque no sentí que me hubiera perdido nada. Todo estaba tan sobreexplicado en la propia serie que tampoco eché en falta información adicional. De hecho, vistos los berrinches que se agarraron muchos fans acérrimos de la saga, supongo que si yo disfruté del desenlace final fue porque no cargaba con la sensación de que HBO, GRR Martin o la Khalesi me debían algo por la cantidad de horas de atención que les había regalado. 

Y, de la misma manera, ahora pienso que tampoco pasará nada grave si dejo de seguir las noticias durante un par de semanas. Total, de momento no me va a quedar otra opción que permanecer confinado en casa. Y las novedades sobre mi familia, amigos y trabajo continuarán llegándome por otros canales. No sé. Quizás cuando me reenganche la información vuelva a parecerme relevante. O quizás me encuentre con que siguen emitiendo en bucle el mismo vídeo de unos sanitarios aplaudiendo a una persona que recibe el alta. 

Un comentario en «La Edad de Oro de la información rancia»

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