Ayer saltaron todas las alarmas: el Festival Internacional de Benicàssim se encuentra en un serio aprieto económico. Todo el mundo está pendiente del comunicado de la organización del festival que tratará de apaciguar los ánimos del público, aunque ya poco va a importar que el festival llegue o no a celebrarse: a estas alturas la imagen del FIB está tan deteriorada que no parece fácil que pueda recuperar el prestigio que le aupó como el rey de los grandes eventos veraniegos prácticamente desde sus primeras ediciones a mediados de la década de los noventa hasta que, bien entrado el siglo XXI, los hermanos Morán vendieron el festival al empresario inglés Vince Power. Ahora solo queda ver qué consecuencias acarreará el vacío que va a quedar si el festival desaparece, aunque es de suponer que el perjuicio económico por la pérdida de decenas de miles de visitantes para una zona turística como esta puede ser dolorosísimo.
Víctor Lenore desmenuza con acierto en este artículo los factores que han llevado al declive del FIB. Lo que cuenta no está demasiado lejos del contenido de dos artículos de opinión que publiqué en el blog de ANDN en 2008 y 2011, en los que analicé el callejón sin salida artístico y económico en el que se estaban adentrando los grandes festivales españoles. Pues sí, señores y señoras, es triste decirlo pero ya pasó el tiempo para llevarse las manos a la cabeza. Por desgracia solo queda entonar un sonoro y amargo SE VEÍA VENIR.
Festivales 2011 ¿Se nos ha roto el juguete?
Dicho lo cual solo queda recordar la accidentada actuación del grupo Urusei Yatsura en la edición de 1997 del FIB, quienes vieron cómo el escenario se desplomaba sobre sus cabezas durante un terrible aguacero. Aquello estuvo a punto de terminar en catástrofe, aunque por fortuna no hubo que lamentar daños personales.