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Bienvenidos al norte
La cinematografía francesa tiene fama de ser una de las mejores del mundo. En esta vida todo es opinable, desde luego, pero no hay duda de que de ahí han salido infinidad de cosas buenas desde la misma invención del cinematógrafo por los hermanos Lumière. Por ello no parece raro que distintos sectores del público acudan fielmente a la mayoría de estrenos de cine francés. Tanto como para que las pelis las francesas sean las que más público reciben tras las anglosajonas y las españolas.
El asunto es que los realizadores franceses a los que la crítica ha prestado adoración en las últimas temporadas (pongamos, por ejemplo, a Laurent Cantet, Abdellatif Kechiche, el más comercial François Ozon, los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, Léos Carax…) suelen contar con una presencia anecdótica en las carteleras de los cines comerciales. Cuando estas películas llegan a estrenarse solo se distribuyen unas pocas copias que con frecuencia no llegan a trascender el circuito de pequeñas salas independientes. Entonces, aquí hay algo que no encaja… bueno no, todo encaja. Lo que ocurre es que, más allá del cine de autor, francamente minoritario en la mayoría de los casos, las grandes distribuidoras de España suelen apostar por una producción industrial que, dado que presenta unos rasgos estilísticos bastante homogéneos y va dirigido a un público bien definido, conforma su propio envase de cine. Sigue leyendo