La semana pasada volví a acercarme al BIME pro, la feria profesional de la industria de la música que se celebra por tercer año en el BEC de Barakaldo. Un lugar donde reencontrarse con amigos y compañeros, establecer contactos y alianzas, y ponerse al día de las novedades del mundillo. Todo ello, eso sí, en medio de un ambiente de ostentación y derroche que consigue que uno se sienta como si hubiera vuelto el año 2002, cuando la industria aún nadaba en la ambulancia y creía que el top manta era el único riesgo en el horizonte.
Una vez más, la mayoría de las ponencias a las que he asistido me han parecido flojillas. Más bien han funcionado como excusa para rellenar una programación en la que lo más importante es poner cara y pasar tu contacto a algún colega o quién sabe si a alguna personalidad relevante. En la mayoría de los casos, la dejadez y el poco mimo con que se han preparado estas intervenciones hace difícil que alguien mínimamente conectado con el mundillo descubra nuevas ideas. Por el contrario, la repetición de ciertos latiguillos en estas charlas termina por dejar al descubierto atavismos e inercias casposas propias de un mundo carcamal que nada tiene que ver con la aparente modernidad que envuelve la industria musical. Sigue leyendo