Ya lo sabe todo el mundo: Lou Reed ha muerto. Entre los muchos momentos en los que su música o su personaje han estado presentes en mi vida hoy me he acordado de su aparición en “Blue in the Face”, la especie de secuela que el director Wayne Wang y el escritor Paul Auster rodaron de la película “Smoke” allá por 1995. En aquellos años de instituto yo empezaba a estar fascinado con el primer disco de The Velvet Underground, y también con la figura de Lou Reed, de quien no hacía mucho había devorado una biografía (ya comenté algo sobre esto en el post sobre Ediciones Cátedra). Recuerdo acercarme solo a la sala pequeña de los desaparecidos Cines Coliseum de Santander (que, si alguien la recuerda, no era mucho más grande que el salón de una casa) y emocionarme al ver a Lou Reed fumando un puro en un estanco mientras contaba lo que sentía sobre la ciudad de Nueva York. Era una sesión de tarde entre semana, así que la sala estaba prácticamente vacía, lo que hizo que aquella experiencia resultara bastante íntima.
A menudo, cuando fallece alguna personalidad con cierta proyección pública aparecen voces airadas que no entienden cómo alguien se puede entristecer por la muerte de gente a la que nunca se ha llegado a conocer más que a través de su imagen pública. Sin embargo, hoy me vienen a la cabeza incontables momentos en los que he sentido que la figura de Lou Reed ha sido una parte importante de mi aprendizaje vital, que ha contribuido a moldear mi manera de ver el mundo o a determinar ciertas decisiones vitales, y entonces siento que me ha marcado de una forma más profunda que lo que nunca lograrán hacer muchas personas que han estado a mi alrededor.
Hasta siempre, Lou.