Shinobi: solo hacían falta cinco duros para entrar en aquel mundo

Este texto apareció por primera vez en las páginas del #8 del fanzine Enciende la Mecha, que salió de imprenta en verano de 2018.

A finales de los ochenta yo era canijo y gafoso (incluso más que ahora), y cualquiera que buscara bronca conmigo llevaba las de ganar. Supongo que por eso, si me hubieran preguntado entonces lo que quería ser de mayor en la vida, seguro que habría dicho que me quería convertir en un ninja.  Porque a finales de los ochenta los ninjas eran lo mejor que podía haber. Ojos de Serpiente y Sombra eran de largo los mejores G.I.Joes. Las portadas de la revista Dojo y la Décimo Dan eran lo que más molaba en los kioskos (aparte de los cómics y las revistas porno, evidentemente). Los ninjas eran los únicos capaces de poner en aprietos a Chuck Norris y a Charles Bronson. Y al repasar la Historia del Cine encontraréis pocos héroes con más carisma que el que encarnaba Michael Dudikoff en las pelis de El Guerrero Americano.

Convertirse en un superguerrero sigiloso y letal requiere de años y años de durísimo entrenamiento en alguna academia secreta. Pero entonces existía un atajo: solo hacía falta acercarse al bar o a los recreativos, echar cinco duros en una máquina de ninjas y liarse a matar peña.

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Una de videojuegos

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Con todo el tiempo que pierdo con los videojuegos, ya iba siendo hora de que les dedicara un post. A día de hoy le suelo dar a cosas actuales en la XBOX360 y en el móvil, pero lo que realmente me apasiona es el retro gaming. La infinidad de horas que dediqué de chaval a la NES, la Master System, la Game Boy, a los salones recreativos y a las máquinas de los bares, a la Super Nintendo, al Spectrum y a casi cualquier juego con botones y lucecitas ha dejado huella, así que en cierto modo sigo atrapado en lo que salió desde principios de la década de los ochenta hasta mediados de los noventa. Soy el tipo de jugador al que le resulta incómodo ver en listas de los mejores juegos de la historia cosas que aparecieron ya para Playstation 1 o 2, ya que apenas dediqué tiempo a esas consolas mientras duró su vida comercial. De hecho, entre el año 2000 y el 2010 prácticamente solo jugué a emuladores de consolas clásicas. Así que cuando me pongo a pensar en anécdotas en las que se cruzan el mundo de la música y el de los videojuegos solo se me ocurren cosas que hacen referencia a mis años de mocedad. Sigue leyendo