Me compré el tochazo Yeah! Yeah! Yeah! de Bob Stanley (Turner, 2020) por Sant Jordi 2021, y lo terminé durante la primera semana de diciembre de 2022. Me he tomado sus 700 páginas con toda la calma del mundo, pero ha merecido la pena: este repaso enciclopédico a la historia de la música pop merece leerse sin ningún tipo de prisa porque es extraordinario. Y aquí toca comentarlo un poquito.
El libro revisa de forma exhaustiva lo que para Stanley fue la época dorada de la música pop. Una era que arranca a mediados de los cincuenta del siglo XX con la revolución juvenil del rock’n’roll, y termina con el r&b como el estilo que mostraba mayor vitalidad durante los primeros años del siglo XXI. Entre un momento y otro, el autor va repasando una infinita letanía de estilos, subestilos, músicos, compositores, sellos musicales, productores, managers y ejecutivos que dan forma a toda esta historia.
Entre tanta variedad, ¿cómo se define en Yeah! Yeah! Yeah! el concepto pop? Stanley no lo interpreta como un estilo musical definido, sino más bien al modo Warholiano: como una corriente cultural amplia, surgida en el mundo capitalista tras la Segunda Guerra Mundial, en la que el arte se muestra completamente integrado en las estructuras de producción y consumo industrial desaforado. De hecho, a lo largo del libro el autor se afana en explicar las lógicas internas de un movimiento musical que surgió de forma paralela a la proliferación de estudios de grabación y la comercialización masiva de música en vinilo, y que se apoyó en la recién aparecida red de sellos discográficos y de puntos de venta de discos.
En este contexto de consumo desbocado y culto a la popularidad, las obras más importantes para Stanley no son aquellas que exhiben mayor virtuosismo técnico, letras más sesudas o aspiraciones de trascendencia más serias: lo importante en el pop es enganchar al mayor número de oyentes posible. De ahí el valor que se da en las páginas del libro a las listas de éxitos, pues funcionan como un baremo con el que cuantificar de forma más o menos objetiva la valía de cada canción, en la medida en que reflejan el conteo de las ventas; la explosión de los medios de comunicación especializados, que sirven de reclamo para las ventas, pero también como altavoz para estos datos; y el proceso de desvirtuación de las listas de ventas o el declive de los medios tradicionales como uno de los factores y/o síntomas de la decadencia de la cultura pop.
En cualquier caso, el éxito llega cuando los artistas son capaces de sorprender, divertir, y emocionar. Es decir, cuando sus canciones hacen vibrar al público. Y eso exige superar la inercia que hace que la audiencia se aburra o pierda el interés por las novedades. Por ello, la esencia del pop reside en su capacidad para mutar, reinventarse y ofrecer algo nuevo que sustituya al éxito de la semana anterior justo cuando este ya empieza a sonar demasiado gastado.
A partir de estas premisas, Stanley deja a la vista cuáles son los mecanismos que permiten que la industria musical ofrezca productos en los que los oyentes vean reflejados sus sentimientos, sus deseos y sus inquietudes íntimas. Es decir, por un lado, el libro es un extraordinario análisis de los elementos que hacen que una canción sea grande: melodías, estribillos, letra, producción brillante, buena presentación y, sobre todo, llegar al público en el momento exacto, ni antes ni después. Y, por otro lado, el autor ha elaborado una historia de los dictados soberanos del público juvenil. O, dicho de otra manera, un repaso a la evolución de los gustos y los hábitos de consumo en el mundo occidental. Es decir, la historia de la evolución de las costumbres y las mentalidades en nuestro entorno.
Al final ha quedado un libro extraordinario. Se trata de una excelente obra de referencia a la que recurrir en busca de información sobre esos cientos de canciones, intérpretes y autores que alcanzaron su cuarto de hora de fama. Y también un ensayo donde no hay párrafo que no contenga puntos de vista novedosos o reflexiones bien agudas. Pero Bob Stanley, además de periodista y músico (no lo había comentado hasta ahora en el post, pero es uno de los tíos de St. Etienne) es un fan, y el libro está redactado desde ese punto de vista. No se corta a la hora de introducir opiniones completamente subjetivas. Y así es como transmite con pasión tanto el gozo que le despierta aquello que le resulta afín como el rechazo por lo que encuentra aburrido, previsible o simplemente malo. Y así se consigue que la inmensa mayoría de estas 700 paginazas resulten no solo un manual bastante riguroso, sino también una lectura de lo más divertida.
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