En el post anterior repasé algunos acontecimientos objetivos (fechas de publicación de discos, momentos de auge o declive de artistas, de aparición o de extinción de estilos musicales, etc.) que Simon Reynolds describe en “Retromania”. Pero también es interesante fijarse en los sentimientos que estos sucesos despiertan en el autor y en el público musical en la actualidad.
Una de las sensaciones que más se repite a lo largo del libro es la del agobio. Ya dediqué un post a comentar cómo es el momento en el que aparece la nostalgia del aburrimiento, la sensación de impotencia ante la incapacidad para asimilar la ingente cantidad de información disponible. ¿Dónde están las raíces de esa nostalgia?
La resaca de tantas décadas de explosión creativa, catalizada por el efecto psicológico del cambio de milenio, ha llevado a una gran parte del público musical a buscar refugio en su propio pasado, así que han convertido la nostalgia en una especie de mecanismo de defensa contra la saturación de la realidad presente. Por otro lado, esa misma sobreproducción fue dejando una montaña de excedentes (discos, artistas, estilos enteros que quedaron fuera del canon del buen pop occidental) pendientes de ser redescubiertos por estos consumidores. Las nuevas formas de almacenamiento y distribución de stocks establecidas por las tiendas digitales al estilo de Amazon han permitido recolocar el stock físico entre un público de gustos hipersegmentados, al que cada vez le gusta más rastrear microestilos olvidados y artistas ignotos. De forma paralela, menos mercantilistas pero igualmente consumistas serían fenómenos como los blogs de descargas directas y el sharity. Aunque la posibilidad de consumo ilimitado da pie al síndrome de descarga compulsiva, que cualquiera que haya buscado música en la red en los últimos años ha sufrido, y que se manifiesta en una pérdida de interés y de capacidad de disfrute con la música directamente porporcional a la cantidad de Gbs de audio almacenados en el disco duro. En fin: que estamos agobiados por la música que se hace en la actualidad, aunque también empezamos a estar agobiados por toda la música en general.
Por otro lado, se aprecia un sentimiento de incertidumbre ante la pérdida de fuerza de la música popular. Desde los años cincuenta el pop había sido un sonido ligado a la realidad más inmediata, una reacción directa a la sociedad del momento. En la actualidad el pop sigue existiendo, pero ahora no es un refugio para una juventud que se busca a sí misma, sino que lo busca en lo que otros ya hicieron años atrás. Ese distanciamiento entre la música y el presente deja al descubierto el riesgo de que caiga en un laberinto de autorreferencias o se convierta en un movimiento disecado: que lo que una vez fue algo fiero se vea reducido a una caricatura, a un adorno inofensivo y kitsch.
Aunque también cabe una respuesta positiva a esta situación: la fascinación. Tener libre acceso a todo no deja de ser aquello con lo que soñamos todos los que consumíamos discos en la época de la escasez, esto es, antes de la llegada de internet; apañárselas para no atiborrarse hasta la saturación y seguir disfrutando de la musica sin saturarse como siempre se hizo, es cosa de cada uno. Y también hay fascinación por las nuevas posibilidades musicales que abre el nuevo marco tecnológico: hauntology, nuevos collages, etc. Nada de esto podría haber sucedido en un contexto distinto del actual, sin que los creadores hubieran tenido acceso a estas ingentes cantidades de información.
Por último, esta fascinación por lo nuevo es lo que explica el esfuerzo por ver lo que hay de nuevo en la música en una época en la que los más agoreros han anunciado que no queda nada por crear. Por algo Reynolds termina el libro con la frase “todavía creo que el futuro está ahí fuera”.
¿Y quiénes han conseguido que Reynolds mantenga la fe en que hay un futuro prometedor para la música? Eso lo comentaré en el siguiente post.
Podéis leer más en
Retromania I
Retromania III
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