A medida que pasan los años, las ciudades van mutando. Nuevos lugares aparecen mientras que otros dejan de existir. Aunque parezca mentira, la mayoría de los escenarios en los que se desarrollan mis mejores recuerdos de chaval ya no existen en un estado físico. De muchos de ellos ni siquiera he visto nunca fotografías. Por ello me he animado a hacer un pequeño repaso a algunos de ellos. En concreto, a aquellos sitios en los que solía pararme a jugar a las máquinas recreativas o a ver cómo otros lo hacían. O, lo que es lo mismo, aquí va un recordatorio de la mayoría de los bares de mi barrio, porque en aquellos años casi todos los bares tenían su máquina recreativa.
En realidad, yo nunca he tenido un barrio bien definido. He pasado la mayor parte de mi vida en un espacio de límites difusos que abarca desde los aledaños del ayuntamiento de Santander hasta la ladera sur del Paseo del General Dávila. Para este artículo he decidido ceñirme a la zona cuyo perímetro va marcado por los distintos caminos que yo podía recorrer cuando iba o volvía de mi casa al colegio, y a los videojuegos que allí se encontraban entre mediados de los ochenta (cuando empecé a ir al colegio) hasta finales de los noventa (cuando terminé COU en los Salesianos, el mismo colegio al que asistí durante trece años). Así que antes de que alguien se queje de que no menciono los Recreativos Miami de Numancia, los recreativos Epcot o el bar La Herradura en General Dávila, ya lo digo yo: han quedado fuera de este post muchos lugares históricos de videojuegos en Santander, incluso algunos en los que pasé muchas tardes. Pero es que no he tratado de hacer una recopilación exhaustiva de todos los puntos de reunión para viciados. Solamente he querido plasmar algunos de los muchísimos recuerdos de mi infancia que van ligados a los videojuegos. Sigue leyendo