Chavs. La demonización de la clase obrera.

Chavs

Hace unos meses Capitán Swing Libros publicó la traducción al castellano de “Chavs”, el estudio en el que el periodista Owen Jones analiza el escarnio público al que se han visto sometidos los estratos más bajos de la sociedad que ya causó revuelo cuando salió a la venta en el Reino Unido en el año 2011.

Chavs” analiza el escarnio público al que se ha sometido a la clase obrera en los últimos años. En concreto, los estereotipos asociados a la figura del chav (término despectivo con el que en Gran Bretaña se refieren a los jóvenes blancos de clase baja, algo así como el equivalente a los Kies o las Jennys, también conocidos como canis: las cuadrillas de jóvenes en chándal, sin estudios ni trabajo, merodeando por las calles sin más ocupación que hacer el holgazán, beber, drogarse, robar o montar peleas, y el de las madres adolescentes bajando a la compra en pijama) son blanco de burlas e insultos por parte de políticos y medios de comunicación. De forma paralela, sectores cada vez más amplios de la sociedad van asumiendo el rechazo al chav como algo propio, hasta el punto de que amplios sectores de lo que tradicionalmente se ha considerado clase obrera, otrora orgullosa de sí misma, reniegan de su condición. El caso es que estas críticas a los chavs llevan implícito un rechazo a los programas de vivienda social y los subsidios de desempleo, de cuidado de hijos y de invalidez que solo sirven para que estos holgazanes puedan seguir viviendo del cuento.

El problema, defiende Jones, es que buena parte de los estereotipos que sustentan esta demonización no se correponden con situaciones reales. Y también que buena parte de los problemas con los que se encuentran los estratos económicamente más castigados vienen heredados de la desindustrialización y el desmantelamiento del Estado del Bienestar que impusieron quienes ahora encabezan la demonización: la cruzada neoliberal que Margaret Thatcher encabezó en la década de los ochenta y el nuevo laborismo de Tony Blair que apuntaló esas reformas. Y según, Jones, todo esto tiene un trasfondo perverso.

    La demonización sirve a un fin útil en una sociedad dividida como la nuestra, porque promueve la idea de que la desigualdad es racional: es la mera expresión de la disparidad de talento y capacidad. Los de abajo supuestamente están ahí porque son estúpidos, vagos o, si no, moralmente cuestionables. La demonización es el espinazo ideológico de una sociedad desigual.

El libro se centra en la situación de Gran Bretaña, pero es fácil encontrar paralelismos con lo que se ve en España; desde grandes fenómenos como el desmoronamiento del movimiento sindical, el giro a la derecha de los partidos tradicionales de izquierda, el auge de pequeños partidos populistas de extrema derecha, hasta detalles como la ridiculización velada de las clases bajas a través de programas de televisión como la serie Aida o reality shows como Callejeros.

Sería inocente trasladar todo lo que cuenta el libro al marco de un país con una deriva histórica tan distinta a la de Gran Bretaña como es España. Las diferencias entre uno y otro sitio son infinitas -durante la edad de oro del sindicalismo británico (que Jones sitúa en el tercer cuarto del siglo XX) la actividad sindical era ilegal en España, aquí nunca han existido programas de promoción de vivienda social del calado de los ingleses, el empleo en el sector público tiene unas características muy diferentes a las de los funcionarios del Reino Unido…-, pero las bases ideológicas que sustentan la demonización se manifiestan de forma similar a lo largo de toda Europa, y lo mismo sucede con la respuesta social a este fenómeno.

Por ejemplo, me llamó la atención que en la magnífica película “La vida de Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013) aparece una manifestación de estudiantes en contra de los recortes educativos en la que los protagonistas gritan las mismas consignas que se escucharon durante la huelga de educación española de hace un par de semanas. La diversidad de situaciones es enorme, pero también lo es la cantidad de problemas comunes. Ante esto, el libro es una alerta: el catecismo neoliberal se va aplicando con puño de hierro vestido de seda, que seduce con la promesa de que ahora todos pueden llegar a formar parte de la clase media, pero al mismo tiempo se encarga de que la clase media haya quedado reducida a su mínima expresión, con lo que la brecha entre ricos y pobres se convierte en un abismo insalvable. De todas formas el mensaje del libro es pesimista, pero tampoco derrotista: todavía hay formas de poner freno a esta locura, siempre y cuando el conjunto de la sociedad tome conciencia del absurdo de esta deriva.

Pero, ay, el libro tampoco es perfecto. No comparto varios de los argumentos que Jones expone, como la idealización de la vida de la clase obrera antes de las reformas de Margaret Thatcher o la forma en que enfoca la dimensión racial del problema; de todas formas, es cierto que en el epílogo corrije varios de ellos. También echo en falta una bibliografía e incluso un anexo que detalle de forma pormenorizada las estadísticas y los textos que se citan a lo largo del libro. Pero lo que más lastra el resultado es la falta de ritmo. El libro avanza de forma pesada por la reiteración de argumentos (¿cuántas veces se detiene para comentar la crisis en la que del sindicalismo desde la década de los ochenta?) y por la poca variedad de testimonios (¿cuántas veces cita las declaraciones de Rachel Johnson, hermana del alcalde conservador de Londres y directora de la revista Lady?), y eso casi consigue que dejar la lectura a la mitad en varias ocasiones.

En cualquier caso, las ideas que se exponen en «Chavs» hacen de él uno de esos libros que es imprescindible leer para descifrar bastantes claves de la situación que nos ha tocado vivir. O, al menos, para que puedas comentar el telediario con más gracia que tus amigos.

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