- Lincoln
Por lo menos desde los tiempos de “El nacimiento de una nación” (D.W. Griffith, 1915) hay una parte del público que está interesada en ver en la gran pantalla recreaciones de vidas de personajes ilustres o episodios históricos célebres. Para muchos, las películas basadas en hechos reales tienen algo de reto, ya que, más que en cualquier otro género, deben demostrar su capacidad de ofrecer una imitación a la vida lo más fiel posible al original. A lo largo del siglo XX el lenguaje del cine permitía hacer esa imitación como ningún otro; además, estas dramatizaciones de momentos clave del pasado son una buena excusa para sacar a relucir escenarios y ropajes suntuosos, que siempre consiguen que una película tenga mejor cara, al menos para algunos. Pero el reciente auge del cine documental le ha robado protagonismo al cine histórico, y este, en vez de plantear nuevas vías que reafirmen su valor, ha optado por replegarse en posiciones estéticamente conservadoras: repetición de un número cerrado de esquemas narrativos esqueléticos y recurrentes que quedan eclipsados por un reparto plagado de estrellas de relumbrón y un costosísimo diseño de producción.
Total, que a día de hoy los géneros biográfico e histórico se han quedado en una cosa un poco desangelada, sin mucho que contar y perdidos a medio camino entre el cine pijo y el cine para listos.
- Rush
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¡Es que lo hace igual!: Cine biográfico
Por norma general estas pelis se construyen a base de encajar dentro de un esquema prefijado varios episodios de la vida de un personaje presente en el imaginario popular. Voy a citar tres de los más habituales, a ver si alguno os suena.
- Auge, caída y redención. El protagonista proviene un origen humilde o duro del que consigue huir tras gran esfuerzo y gracias a una fe inquebrantable en sí mismo, ya que todos los que le rodean que le consideran un loco. A partir de ese momento alcanza el éxito y el reconocimiento masivo. Pero el éxito corrompe a los incautos y el biografiado cae en una espiral destructiva plagada de acontecimientos sórdidos. Finalmente, tras haber perdido todo, el personaje consigue levantar la cabeza y logra algún tipo de redención. En fin, un patrón de parábola moralizante del que por ejemplo se han servido los biopics de estrellas del rock como “Ray” (2004) sobre Ray Charles o “En la cuerda floja” (2005) sobre Johnny Cash, aunque también la de personajes de otros ámbitos profesionales, como “Jobs” (2013).
- No todo en la vida es blanco o negro. Estas suelen retratar los claros y las sombras alguien que ha ocupado un puesto de alta responsabilidad, generalmente un cargo político o de directivo en una institución estatal. El protagonista triunfará en su carrera pública mientras ve cómo se desmorona su vida privada, y posteriormente deberá renunciar a sus principios para poder sobrevivir, lo que a la postre llevará a su caída. En este esquema encajan “La dama de hierro” (2011) sobre Margareth Thatcher o “J. Edgar” (2011) sobre el ex director de la CIA.
- Te odio pero te necesito. Aquí se retratan las rivalidades entre parejas de personajes que se llevan a matar aunque en el fondo se aprecian. Pero el tiempo cura las heridas y al final saldrá a la luz el respeto mutuo y el afecto que sienten, ya que son conscientes de que no son nada el uno sin la existencia del otro. Por poner un ejemplo reciente, “Rush” (2013) encaja aquí perfectamente.
- J. Edgar
Dado que el panorama suele ser bastante previsible, estas películas suelen jugárselo todo a la baza de la buena interpretación. Por algo la mitad de los actores y actrices que han recibido un Oscar desde el año 2000 lo han hecho por su interpretación de un personaje histórico. Claro que por lo general estos premios (y también las de las biografías que no se llevan premio) tienen más de imitación de tics y latiguillos que de creación de un personaje. Y en bastantes ocasiones son los maquilladores quienes deberían llevarse el mérito, ya que ellos son quienes de verdad consiguen que la caracterización resulte creíble… o no tanto. Y si no, que se lo digan a quien consiguió que Leonardo DiCaprio terminara por parecer un guiñol de Canal + en su papel en “J. Edgar” (2011).
Aunque también hay excepciones. Desde “Last Days” (2005) hasta “La Red Social” (2009), desde “Una terapia peligrosa” (2011) hasta “La guerra de Charlie Wilson” (2007), en los úlitmos años han pasado por los cines comerciales un puñado de películas biográficas que escapan de estas rutinas tan desastrosas. Pero, por desgracia, son una minoría.
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Qué bien está hecho el vestuario: Cine histórico.
Mucho de lo que he escrito hasta aquí se puede aplicar tranquilamente al cine histórico, solo que las películas históricas no toman una perspectiva individualista sino que enfocan la dimensión colectiva del suceso. Los temas más habituales son las grandes gestas bélicas o la lucha por alguna causa política que a día de hoy goce de una amplia aceptación social. Repite aquí la presencia de un reparto de lujo, envuelto en un costosísimo y aparatoso diseño de producción. Muy a menudo la narración adopta la forma de parábola moralizante en la que la recreación histórica es una excusa para para justificar situaciones o actitudes actuales, por lo general desde una perspectiva conservadora que resalta el respeto que se debe guardar por las instituciones del Estado, por el ejército o por el capital. Así que estas películas suelen apartarse del rigor de la historiografía científica y, dado que en lo artístico también acostumbran a quedarse raquíticas, el resultado termina por ser algo así como muy casposo.
- Robin Hood
Podría tirarme horas citando ejemplos concretos y con nombre y apellido de películas históricas que han terminado en desastre cinematográfico; supongo que por deformación profesional de historiador uno vigila este tipo de películas con especial rigor, así que me cuesta perdonar muchos de los puntos malos más corrientes en películas de este envase. Pero, para no extenderme, diré que considero al Ridley Scott de “Gladiator” (2000) o “Robin Hood” (2010) como el rey de las tropelías del cine histórico. En serio, no puedo con esos despliegues de efectos especiales, errores de bulto en la documentación, guiones patateros y jetos de Russell Crowe al servicio de un discurso tan descaradamente imperialista y neoliberal. Mejor lo dejo ahí, que esto me daría para muchos posts.
Sin embargo, algunas películas sí que adoptan un enfoque crítico. Aunque ya comenté en su momento que hablar de política no está muy bien visto en el cine actual, así que esto suele quedar a nombres consagrados y a ser posible viejos, de los que a estas alturas ya todo el mundo sabe de qué pie cojean pero se les respeta porque su cine ya está un poco pasado de fecha como para provocar ninguna revolución. Este podría ser el caso, por ejemplo, de «La conspiración» (2010), el acartonadísimo relato de Robert Redford sobre los puntos oscuros del juicio a los supuestos asesinos de Abraham Lincoln. Pienso que si siempre se ha hablado de la existencia de un cine negro, para películas como estas habría que crear la categoría del cine marrón.
- La conspiración
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El público
La mayoría del público habitual en este tipo de películas es gente de edad madura (al menos, para lo que se suele ver en las salas de cine: de cuarenta años para arriba) y gente más joven pero que intenta imitar hábitos de sus mayores: viejóvenes y demás chavalada con aspecto de militar en las Nuevas Generaciones del PP. Suelen ser muy ordenados y no arman bulla en la sala ni dejan demasiada suciedad. Pero también suele ser de gente con un alto concepto de sí misma y a menudo un tanto amargada, por lo que tratan con desdén tanto a los empleados del cine como a quienes van a las salas vecinas a ver películas que ellos consideran más chabacanas. Como si la suya fuera una maravilla…
Por otro lado, también acude a las salas todo tipo de gente que sin más rasgos externos en común que el estar interesados por el tema específico que aborda la película. Pero por norma general será raro ver a niños, jóvenes con aspecto de clase trabajadora o a inmigrantes.
En las pelis biográficas también se suele ver a personas visibilizadas como público del cine pijo: mujeres solas o acompañadas pero siempre bien vestidas y gays de aspecto glamouroso. Pese a la apariencia clasista, suele ser gente más agradable al trato que los fans del cine histórico. Por desgracia, también manchan más y hacen más ruido durante la proyección.
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