Ahora acabo de leer el sorprendente cómic El Pacto (Ed. Nuevo Nueve, 2021) de Paco Sordo. La nota de prensa dice sobre él que “Miguel Gorriaga es un aspirante a dibujante en la Barcelona de los años 50 (…). Persona perturbada mentalmente que acabará tomando un camino poco habitual para conseguir su objetivo: raptar al gran Vázquez y obligarle a hacer historietas para él”. Como además de haberme gustado mucho me da pie a comentar una vez más la figura de Manolo Vázquez, pues le voy a dedicar este post.
Me llama la atención cómo en los últimos años ha ido creciendo la figura de Manuel Vázquez Gallego (1930-1995), el creador de personajes como Anacleto, Las hermanas Gilda o La familia Cebolleta. Vázquez formó parte de una generación en la que el reconocimiento hacia los autores de cómic era nulo. De hecho, hasta hace no tanto, el de Francisco Ibáñez (el responsable de Mortadelo, Rompetechos, Sacarino y tantos otros) era prácticamente el único rostro visible entre toda la industria editorial de la época. Los lectores podían reconocer las firmas de Escobar, Raf, Sempé o el propio Vázquez, pero, a pesar del éxito masivo del que gozaban sus tebeos, pocos fuera de la industria editorial podían ponerles cara o mencionar algún rasgo de su personalidad.
Allá por 2013 comenté tres obras que reconstruían desde distintos ángulos la figura de Manuel Vázquez y su entorno; y, a día de hoy, tengo la sensación de que desde que salió aquel post su figura se ha ido expandiendo hasta adquirir un estatus casi mítico. También es curioso que parece haberlo hecho en la misma medida y al mismo ritmo en que se ha ido cuestionando la figura de Ibáñez… aunque no me meteré hoy en ese berenjenal, que esa historia da para otro post aparte.
La figura de Vázquez resulta útil para explicar la historia del cómic español y el funcionamiento de la industria editorial de su época, y da pie a perfilar el retrato de la Barcelona de la segunda mitad del siglo XX. ¿Pícaro? ¿Antihérore? Más que un tipo entrañable, era un caradura y un miserable. No creo que sea agradable tener cerca a un mentiroso compulsivo que vendería a su madre por un copazo de coñac. Pero como personaje literario es colosal. Es un bigger than life de estos, un tío con una personalidad y una trayectoria en la vida que no hay personaje de ficción que lo iguale, hasta el punto de que hay revisiones de su propia figura que eclipsan a las de sus historietas. Porque, ¿alguien recuerda hoy la peli de Anacleto, Agente Secreto (2015)?
Bueno, a lo que iba. En El Pacto, el Vázquez dibujado aparece como un personaje más del universo Bruguera. De hecho, pasa a ser uno de los protagonistas de alguno de los tebeos que él mismo dibuja. Que es algo que ya se ha visto en unas cuantas ocasiones: Vázquez ya se retrató a sí mismo en la serie Los cuentos del tío Vázquez, e Ibáñez le caracterizó como el moroso que habitaba en el ático de 13 Rue del Percebe.
Pero El Pacto va un poco más allá en ese juego entre historia y ficción. La relación entre el inventado Miguel Gorriaga y Vázquez se presenta en forma de descabellado cómic–mockumentary, y acaba saliendo un divertidísimo y jugoso juego metanarrativo, un álbum brillante en lo gráfico y en el guion, bendecido por el influjo del mejor Daniel Clowes. Estupendo.