Muletrain: Dios salve al rock de estadio

Allá por 2006 el grupo madrileño Muletrain metió sus trastos en la furgoneta y se echó a la carretera. Durante dos semanas se dedicaron a tocar por Francia y Alemania, y mucho de lo que les fue sucediendo quedó registrado en un documental titulado Dios salve al rock de estadio. El que tenga ganas de echarlo un ojo puede encontrarlo completo en Youtube. Y el que quiera leer lo que yo cuento sobre el documental y el grupo, que pase directamente al siguiente párrafo. 

Muletrain fue un grupo de hardcore punk que estuvo en activo entre los años 2003 y 2006. Estuvo formado por tres antiguos componentes de Aerobitch además de un batería canario llamado Servando Rocha (sobre quien seguramente cuente algunas cosas más en futuros posts). Sus discos eran bulldozers sonoros que agarraban el espíritu de los Motörhead más cabezones y le metían un buen bonus de velocidad, melodía y actitud política. En su momento escuché varios millones de veces los discos The Worst Is Yet to Come (2006), Crashbeat (2009) y el Ansar EP (2007). Solo conseguí verlos en directo en una ocasión, en el Torrelabiela Fest que se hizo en 2009 en la Sala Arena de Torrelavega (aquí podéis leer la crónica que escribí entonces de aquello), que en mi memoria ha quedado como uno de los conciertos de punk en los que mejor me lo he pasado jamás.

Y Dios salve al rock de estadio creo que refleja de forma bastante clara el funcionamiento interno de esta máquina de ruido. Esto es, horas y horas de carretera, cargar y descargar equipo, afinar y reparar cosas que se van rompiendo, toparse con freaks de todo tipo de pelaje y condición, comer de cualquier manera, dormir peor, a veces darlo todo para un público que les adora y a veces hacerlo para un público que pasa de ti. Poca fiesta, poco desmadre rockero, pero al menos te echas unas buenas risas con los colegas. Y, después de dos semanas, volver a casa con el cuerpo hecho polvo y comprobar que económicamente la gira ha sido un desastre. 

Hay quien ve esto como un diario de la cara más gris y menos memorable del rock. No es mi caso. En Dios salve al rock de estadio veo a un grupo movido por una fe inquebrantable en la música que hacen. No salen de gira en busca de sexo, de drogas o de fiestas locas por la vía rápida, y reconocen que siguen unidos como grupo por pura amistad. No se aprecia afán de competir con el resto de bandas con las que se encuentran por el camino. Al contrario: si han conseguido montar una gira completa ha sido gracias las redes de colaboración desinteresada que otros músicos han ido urdiendo a largo de todo el continente. 

Durante mucho, mucho tiempo, para mí vivir la música era todo esto. He conocido y he participado en mil historias muy parecidas a las que aparecen en el documental. Por desgracia, todo eso se fue al garete con el COVID-19, como tantas otras cosas que se basaban en la convivencia y en trabajar hombro con hombro y en contacto directo. Así que, una vez más, el documental me ha encantado (aunque no entiendo por qué nunca me lo había puesto hasta ahora) pero también me ha puesto triste al hacerme pensar una vez más en todas esas cosas que ya no hay manera de que existan. En fin, ojalá algún día todo esto acabe y ya no haga falta terminar cada post con párrafos llorones.  

La foto que escabeza este post viene firmada por Helena Girón, y la he sacado sin permiso de la web de La Fonoteca

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