Paris Is Burning es el título de un documental dirigido por Jennie Livingston que retrata la comunidad de gays y transexuales negros y latinos del barrio neoyorkino de Harlem a finales de la década de 1980. La película se estrenó en 1991, recibió los parabienes de parte de la crítica y cosechó un puñado de premios internacionales. Yo había oído comentarios sobre ella en infinidad de ocasiones, pero no he llegado a verla hasta que hace unos días descubrí que se puede encontrar en Youtube, enterita y con subtítulos en castellano. Y me ha gustado tanto que voy a dedicarle este post.
La mayoría de esas menciones a Paris Is Burning venían por el tema del Voguing. Sí, el baile que todos conocimos por el homenaje que le rindió Madonna en el vídeo de Vogue (que dirigió un primerizo David Fincher). Y, efectivamente, las escenas de baile que aparecen en la película son espectaculares, y sirven para comprender el origen, las características y el significado de esta mezcla de contorsiones y gestos sobreteatralizados.
El Voguing fue solo una de los mil delirios que se ponían en práctica durante los Ball, unas fiestas semanales que durante años se celebraron durante años en Harlem. Se trataba de una especie de competición imposible que sin duda ha servido de modelo para los millones de concursos de drag queens que se han ido viendo por el mundo desde mediados de los noventa hasta llegar al bombazo mundial del Rupaul Drag Race. El caso es que, a pesar de la aparente frivolidad que envolvía al culto al lujo y a la fama de aquellas fiestas seminales, allí todo era bastante cañero.
Porque los protagonistas de Paris is Burning eran negros y latinos, pobres y gays. Es decir, un colectivo triplemente odiado y perseguido. Y, para esta gente tan puteada, estos Balls hacían las veces de ritual de autoafirmación y autoprotección frente a una sociedad muy hostil contra ellos. Dado que en el mundo real se negaba la posibilidad de que gays y transexuales se mostraran tal y como se veían a sí mismos, aquellas mascaradas hacían que todo el mundo se transformara en lo que les diera la gana. Así, en una farsa permanente, cada participante tenía su oportunidad para subvertir todo tipo estereotipos sociales. Y entonces, en el momento en que nadie mostraba su imagen real y todos aparentaban ser cualquier otra cosa distinta, es cuando afloraba todo aquello que la mayoría ellos se veían forzados a ocultar durante el resto de la semana.
Me ha resultado muy emocionante ver las caras de los protagonistas, escuchar sus voces explicando sus sueños deslucidos, sus jodidísimas frustraciones y su lucha titánica por encontrar la felicidad dentro de una existencia miserable a todos los niveles. Pero también me he descojonado con todo el ambiente demenciado que aparece en las Ball. Incluso a nivel político el ambiente de anticompetición de las Balls me parece realmente inspirador. Vamos, que en Paris is Burning se puede disfrutar con absolutamente todo. Hasta con los andares, por supuesto.