En el año 2009 se estrenó en salas comerciales “Adventureland”, dirigida por Greg Mottola. Aunque más correcto sería decir que “Adventureland” se estrenó en muy pocas salas comerciales, porque su distribución en España fue muy pobre y prácticamente fue directa al mercado de DVD. Poco importó que fuera la película que Mottola dirigió a continuación de “Supersalidos” (2007), una de las comedias norteamericanas más importantes de la última década: la película pasó totalmente desapercibida para buena parte del público. Lo que no quita para que sea una de mis películas favoritas de los últimos años.
El argumento va de un chaval que acaba de graduarse en el instituto cuando sus padres le dicen que no hay dinero para costearse sus vacaciones, y que de hecho tendrá que pasarse el verano de 1987 trabajando para pagarse la universidad. De entrada el protagonista queda traspuesto al ver cómo se va al traste el que estaba destinado a ser el mejor verano de su vida, y pasará a estarlo un poco más cuando entra a trabajar en un parque de atracciones bastante casposo.
La historia sigue un esquema de fábula sobre el fin de la inocencia y la llegada a la madurez, solo que el protagonista es un perdedor nato sumido en un entorno decadente que quita a la “Adventureland” cualquier halo épico o moralizante. De hecho la película es una sucesión de derrotas que solo se ven suavizadas por el tono irónico-nostálgico de la narración. Porque si hay que perder a una chica, mejor que esta lleve una camiseta de Hüsker Dü. Si no hay más remedio que ver a todo el mundo con estilismos horribles, mejor que estos sean ochenteros de pura cepa y no un revival de la mano de Inditex Y si toca aguantar una insoportable canción del verano, mejor que esta sea “Rock Me Amadeus” de Falco que no “We Are One (Ole Ola)” de Jennifer López con Pitbull.
“Aventureland” me parece una gran película. Pero más allá de sus valores cinematográficos, también la siento como algo propio. Más allá de la alegoría sobre el fracaso vital, siento que he vivido demasiadas veces situaciones semejantes a las que se cuentan en ella. Han sido muchas las veces en las que me ha tocado aceptar trabajos en horribles sitios de ocio estival cuando según el guión inicial yo debería haber estado en lugares maravillosos haciendo cosas increíbles. Hace ya mucho tiempo que pasé la edad que el protagonista tiene cuando termina el instituto, pero una y otra vez toca volver al mismo punto. Y así es como en este 2014 me encuentro con que no voy a poder estar en la playa de Donosti viendo a Echo & th Bunnymen y a Wire porque me toca estar al servicio del público que se acerque a escuchar las rancheras de Alejandro Fernández.
Pues sí, es una historia muy triste. Pero siempre me podré consolar viendo una vez más “Adventureland”.
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