Modas del cine actual (I): Franquicias

Antes de repasar los envases cinematográficos actuales me parece oportuno detenerme a hablar sobre tres tendencias que determinan lo que se estrena en cines en las últimas temporadas: las franquicias, los remakes y el cine para toda la familia. Así que hoy toca hablar de las franquicias: esas cosas a las que de toda la vida se las llamó sagas.

Para empezar, ¿qué es una franquicia cinematográfica? Según Wikipedia

    Una franquicia en los medios de comunicación es una propiedad intelectual que incluye los personajes, el escenario y las marcas registradas de una obra original de algún medio (por lo general, una obra de ficción), como una película, una obra literaria, un programa de televisión o un videojuego. En general, toda una serie es hecha en ese medio, junto con el merchandising y promociones. Múltiples continuaciones suelen planificarse con mucha antelación y, en el caso del cine, los actores y directores a menudo firman contratos para múltiples películas garantizando su participación.

Rara es la película estrenada en los últimos años con voluntad de partir la pana en taquilla que no ha venido asociada a una franquicia. Ya sabéis, todas las películas de la saga Crepúsculo, las de El Señor de los Anillos y El Hobbit, los superhéroes de Marvel, los de DC, American Pie, Fast&Furious, Piratas del Caribe, Harry Potter, Underworld, Resident Evil, Resacón, Transformers, SAW, Paranormal Activity, Mission: Imposible, Scary Movie, James Bond, Alvin y las ardillas, Shrek y sus spin offs, prácticamente el conjunto de las películas producidas por Pixar

A Shakespeare también le gustaban las franquicias

Este no es un fenómeno nuevo. Cualquiera que como yo creciera en los ochenta recordará sagas como Star Wars, Indiana Jones, Regreso al futuro, Superman, Rocky, Pesadilla en Elm Street, Halloween o Loca Academia de Policía. Y estas tampoco eran pioneras, como lo recordaban las reposiciones televisivas de las películas de James Bond, Tarzán o incluso El gordo y el flaco. Lo cierto es que si se echa un ojo a la lista de las películas más taquilleras de cada año, se ve que desde que en 1962 se estrenó 007 contra el Dr. No las franquicias han ido ocupando el podio cada vez con más frecuencia. En los últimos quince años Armaggedon y Avatar son las únicas que no han tenido una continuación (al menos hasta la fecha). De todas formas, supongo que es bastante aventurado apoyarse en esto para afirmar que las franquicias cuentan con un peso en las carteleras mayor que nunca antes; por eso sería interesante poder repasar la lista completa de estrenos y cifras de recaudación de cada año para comprobar en qué momento ha sido así. Pero por desgracia no dispongo de tiempo suficiente para hacer algo así.

Por defecto, prácticamente cualquier peli de entretenimiento actual llega a los títulos de crédito con un final abierto que permita que un par de años más tarde se estrene una secuela. Esto da pie a casos graciosos como los de John Carter o Battleship, que tras sendos leñazos en la taquilla vieron cómo se cancelaba el rodaje de sus respectivas secuelas, con lo que han quedado como historias absurdamente inconclusas, como las de los concursantes de un Reality Show que se cancela antes de que dé tiempo a preparar una gala de despedida.


7 partes no eran suficientes para J. J. Abrams

Supongo que la omnipresencia de las franquicias viene porque a las productoras les resulta más sencillo rentabilizar la inversión cuando se produce en serie, lo que permite concentrar esfuerzos promocionales y fidelizar a la audiencia. Como siempre, esto no es necesariamente malo (por ejemplo, la trilogía Toy Story es de las cosas que más me han hecho gozar nunca delante de una pantalla). Pero suele plantear dos problemas claros.

Por un lado, se impone que todos los guiones adopten un formato folletinesco, de historia por entregas, y de paso se eternice sin que importe nada más que cuadrar objetivos empresariales y alimentar la egomanía de sus responsables. Pero estos criterios meramente especulativos parecen olvidar que la mayoría de los espectadores son conscientes de que la narración se resiente si se estira más de lo necesario. Parece que en los grandes estudios de Hollywood nunca han tenido en cuenta lo que decía José Luis Borges de que el relato corto era la única forma de rozar la perfección formal.

Por otro lado, la producción de películas en serie permite fidelizar a un sector del público, aunque a costa de expulsar de las salas al resto. Porque, ¿quién va a pagar por ver el quinto episodio de una franquicia si no ha visto (o no le ha gustado) alguna de las cuatro anteriores? ¿Para que me voy a meter a una sala a ver la primera parte de una saga, si sé que no voy a tener paciencia para ver las cinco siguientes?


Spike Lee llegó a rodar la décima parte de las aventuras de su personaje Malcolm

En fin, a pese de que pueden aportar cosas positivas, las franquicias no dejan de ser una manifestación más de un tipo de producción industrial donde la cantidad prima sobre la calidad. De hecho, me suele recordar a los menús del Burger King, que incluyen combinaciones complicadísimas de hamburguesas con nombres imposibles de traducir, refrescos, patatas, además de que por un pequeño suplemento también traen postre, café y juguete para los niños. Si hago caso a los colores y la tipografía con la que aparecen los menús en la tabla de precios todo indica que merece la pena gastarse esos 8 euros. Pero si hago caso al estómago me doy cuenta de que de todo eso solo me quiero comer una hamburguesa, que es imposible ver por ninguna parte cuánto me va a costar pedirla sin ninguna de las otras chucherías que rellenan el menú, y que de hecho a mí no me gusta la hamburguesa del Burger King sino la 3 euros del bar de enfrente. Pues eso, que me gustan 100 minutos de película redonda, no las sagas de 600 minutos en las que 500 carecen de ningún interés.

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