En la escena que cierra “La invención de Hugo”, el cuento que Martin Scorsese dirigió en un 3D hermoso como pocos, un crítico cinematográfico conversa con Georges Meliès sobre los orígenes del cine y este cita al arte paleolítico como origen de todo. Y si quisiéramos remontarnos a sus orígenes, a las más antiguas de las que se tiene noticia, sin duda las de la Cueva de Chauvet merecen una atención especial. Para los no iniciados, el descubrimiento de estas pinturas a mediados de la década de los noventa del siglo XX supuso una revolución científica que dio un vuelco a la mayoría de las interpretaciones sobre el arte de la prehistoria vigentes en aquel momento. Por un lado, las dataciones revelaron que las pinturas eran decenas de miles de años más antiguas que la mayoría de las conocidas hasta el momento (aunque investigaciones posteriores han revelado que bastantes de esas otras pinturas también eran bastante más antiguas de lo que se pensaba entonces). Por otro, la calidad artística de esos hallazgos era extraordinaria y aupaba a Chauvet al circuito mainstream del arte rupestre parietal, al lado de sitios tan mediáticos como Altamira o Lascaux.
Uno de los detalles por los que se considera que estas manifestaciones son precursoras del cine es por que en ellas se muestran de forma recurrente ciertos trucos (lineas cinéticas, repetición de una misma figura, duplicado de las extremidades, aprovechamiento del relieve de la pared para jugar con las sombras…) que tratan de crear una ilusión de movimiento. Pero por motivos de conservación, ironías de la vida, hasta la fecha no han sido demasiadas las cámaras que han conseguido filmar el interior de la cueva de Chauvet. Así que, aunque solo fuera por ese detalle, el documental “La cueva de los sueños olvidados” de Werner Herzog ya debería tener un alto interés científico.
Aunque para qué vamos a engañarnos: “La cueva…” lo tenía todo para resultarme muy atractiva. Me gusta mucho la filmografía de Werner Herzog, y dada mi propia trayectoria profesional muchos de los ambientes que reflejados en la película (las cuevas, los arqueólogos, la geología, los laboratorios, incluso los guías turísticos) me resultan terriblemente familiares. Por otro lado, como ilustrador arqueológico amateur (digo amateur no por falta de profesionalidad, que creo que la cosa no se me da nada mal, sino porque nunca he conseguido cobrar por este trabajo) soy consciente del desafío que supone plasmar vestigios del pasado cuando se trata de respetar una serie de convenciones técnicas bastante neutras, pero al mismo tiempo dotar de vida a la representación. La ilustración arqueológica no solo busca representar la apariencia superficial de un objeto, sino también dejar a la vista detalles funcionales, marcas de uso y del paso del tiempo… no se trata de representar tipos ideales, sino de reflejar creaciones en las que el espíritu humano ha puesto parte de su vida. Y, en este sentido, “La cueva de los sueños olvidados” sería una de las representaciones arqueológicas más impresionantes que yo haya visto nunca.
Está claro que rodar en formato HD y en 3D permite conseguir una calidad de imagen excepcional. De hecho, el uso del 3D aquí es sobresaliente, bastante más justificado y más espectacular que la media de las películas que se estrenan en ese formato en salas comerciales. En cualquier caso, lo que hace que este documental sea algo impresionante es la habilidad de Herzog de mostrar la cueva desde una dimensión humana. O, más bien, de tomar la medida de la insignificancia del ser humano actual a partir de su encuentro con esta puerta a la eternidad. Y es que, como se dice en un momento de la película, “nosotros vivimos encajados en la historia, mientras que esa gente estaba libre de todo eso”.
Para ello, se trata de plasmar las sensaciones que despierta el contacto con la cueva, tanto a un nivel primario, lo que llega a través de los sentidos (la luz, las sombras, el silencio, la humedad, incluso los olores de la caverna…), como a nivel científico, el de lo que los investigadores han llegado a conocer a través de ella. A partir de todo esto Herzog plantea sus eternas inquietudes sobre los confines del espíritu humano y las enlaza con las grandes preguntas ligadas a la investigación arqueológica. ¿En qué momento el ser humano comenzó a ser humano? ¿Dónde está el límite de lo que podemos conocer sobre el pasado? ¿Cómo nos verán los que en el futuro vuelvan su atención sobre lo que estamos viviendo los humanos del presente?
Con todo esto, “La cueva de los sueños olvidados” se convierte en una demostración de que el ser humano posee la capacidad de superar su propia pequeñez y de pasar a formar parte de la eternidad. De hecho, la propia filmografía de Herzog parece enfocada hacia eso: conseguir creaciones extraordinarias, que trasciendan esa pequeñez.
Solo el futuro dirá si “La cueva…” trasciende el horizonte del presente, pero de momento uno puede emocionarse con ella. Al menos yo sí me he emocionado con esta película.
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