Las mujeres están prácticamente ausentes en el catálogo de autores del Prado, no hay representación femenina entre sus cargos directivos, y en las obras que se exhiben en las salas del museo suele aparecer como figura pasiva, en un rol secundario, o simplemente envueltas de algún rasgo negativo. Ante esta perspectiva, Riaño trata de indagar dónde se encuentra el origen y cuál es el alcance de estas situaciones de desigualdad; y a partir de ahí reflexiona sobre las implicaciones que todo esto tiene en la actualidad. Pues bien, todo esto ha quedado escrito en Las invisibles: por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres (Ed. Capitan Swing, 2020), y sobre este libro trata este post.
Según las tendencias dominantes en la museología actual, un Museo debería funcionar como un ámbito de diálogo crítico entre las instituciones públicas, el mundo académico y el conjunto de la sociedad. Y, dado que en los últimos tiempos se ha producido una importante transformación del papel de las mujeres en el mundo occidental, sería de esperar que de alguna manera el debate de género se haya incoporado al discurso actual del Prado.
Estas son las premisas de las que parte Peio H. Riaño (periodista y ensayista especializado en temas de cultura general, y en historia del arte en particular) a la hora de plantear este Las invisibles. Y la conclusión a la que llega es que el Museo del Prado permanece ajeno a todo debate sobre el papel de las mujeres en el mundo actual.
A lo largo de los capítulos de este libro se van revisando las diferentes maneras en que se invisibiliza a las mujeres en el Prado, y la conclusión es desoladora: todas ellas permanecen constantes, sin gran variación, desde la creación del museo en 1819.
Así que el Prado parece una burbuja, un ámbito de excepción en el que se defienden con orgullo actitudes ampliamente reprobadas por el conjunto de la sociedad del siglo XXI. En su catálogo se ensalzan sin atisbo de crítica piezas que alaban la prostitución, ensalzan el feminicidio, ennoblecen la violación o que simplemente fueron concebidas como pornografía infantil.
Para sus gestores, el museo sigue siendo el mayor almacén de la riqueza cultural del país, y como una autoridad incuestionable que retiene el monopolio para fijar el canon estético nacional y en partícular la producción de discurso simbólico por parte del aparato del estado. Por eso resulta clamoroso lo anacrónico de su discurso museístico y del ideario estético en el que se basa. Para ellos, la modernización no va más allá de abrir perfiles en redes sociales.
No os voy a engañar: en toda mi vida no habré pasado más de un par de horas en el interior de la Pinacoteca Nacional. He estado en centenares de museos de toda España, pero tengo pendiente visitarlo con toda la calma que se merece. Es por eso que no tengo argumentos suficientes como para quitar o dar la razón a Riaño en lo que cuenta sobre el Prado. En cualquier caso, me interesan mucho las reflexiones que plantea en el libro. Me incomoda que influyentes sectores de la gestión cultural acaten que el principal criterio para decidir qué se muestra y de qué manera se hace sea la inercia, envuelta en la excusa del respeto por la tradición. Solo así se puede explicar que las únicas minorías que se respetan en buena parte de la alta cultura sean tiranos, dioses griegos, clérigos, aristócratas o personajes bíblicos.
Además, Las invisibles no se anda por las ramas, es breve y conciso, así que se lee en un par de sentadas. Vamos, que seguro que está mejor que este post.