Desde que el viernes ocurriera la barbaridad de Bataclan, todo el internet (vamos, no todo, pero sí los medios de comunicación digitales, el Facebook y el twitter) se ha llenado de gente que ha mostrado sus reacciones ante el suceso. Lo de que todo el mundo se posicione de una otra manera ante un suceso no es nada nuevo; lo que ocurre es que en estos tres últimos días me ha tocado pasar bastantes horas delante del ordenador, así que me he comido entero todo el revuelo de la red. Y el caso es que la infinita mayoría de las opiniones que he visto se pueden reducir a tres o cuatro. Los que se lamentan sin más por lo ocurrido, los que defienden una intervención militar contra el ISIS, los que critican la intervención militar en Siria y los que ya lo sabían todo antes que nadie.
Internet está lleno de gente opinando. Cuando la web era una cosa todavía joven (y para mí hace ya más de una década que dejó de serlo) estaba muy extendida la idea de que debía ser un espacio libre para expresar opiniones, donde la información se difundiría de forma más igualitaria, y que opiniones minoritarias podrían convivir con otras más extendidas. Pero llegó un día en que eso se acabó, y todo el mundo empezó a repetir las mismas cosas.
Hace unos años mucha gente se posicionó contra la así llamada Ley Sinde-Wert, que entre otros asuntos pretendía poner coto a la barra libre de descargas ilegales de contenidos audiovisuales. En aquel momento se alzaron innumerables voces lamentándose porque temían con que esa ley desaparecería el acceso a un supuesto catálogo cultural casi infinito, y que a partir de entonces solo iba a estar disponible para el público “lo que nos dejen”.
Aquel argumento me pareció casi de mal gusto: tanto antes como ahora, a la inmensa mayoría le interesa un número muy limitado de contenidos (Juego de Tronos, Breaking Bad, The Walking Dead y cuatro series más), y las cosas más minoritarias son tan inencontrables como siempre. La concepción de internet como ámbito privilegiado para la protección de la diversidad de las ideas hace tiempo que quedó reducida a una utopía vintage. Lo que ha quedado es un espacio uniformizado por el darwinismo cultural que promueve el neoliberalismo.
Estoy terminando de leer “Cómo ser mujer” de Caitlin Moran. Me parece un libro muy interesante y también muy divertido. Pero no lo estoy disfrutando al 100%. Tengo la sensación de que mucho de lo que cuenta aquí ya lo he leído antes en otras partes. El caso es que el libro se publicó en el Reino Unido en 2012, y se tradujo al castellano en el 2013. Seguramente, quién sabe, si lo hubiera leído nada más salir, me hubiera parecido que mucho de lo que contaba era muy novedoso. Pero ahora simplemente me parece que está muy bien escrito.
En fin, la divulgación feminista en páginas orientadas a públicos amplios como WeLoverSize.com me parecen muy positivas, y encuentro que esa web está entretenida de ojear de vez en cuando incluso para lectores masculinos. Me alegro de que existan blogs así. Pero ahora mismo tengo la sensación de que muchos de los contenidos que publican ya han aparecido antes en ese libro. Y, ojo, no estoy hablando de plagios, y ni siquiera insinúo que las redactoras de WeLoverSize se hayan inspirado directamente en él. Pero de algún modo, muchas de las ideas de Moran (y, sobre todo, la manera en que están expresadas) sí que parecen estar presentes en los posts de webs como estas.
En el pasado BIME pude asistir a una mesa redonda sobre el futuro de la industria musical, y una de las intervenciones que más me llamó la atención fue de Scott Cohen, uno de los fundadores de The Orchard. Él comentaba cómo, durante la campaña previa al referéndum sobre la independencia de Escocia, a pesar de que las encuestas hablaban de una polarización de las posturas que se acercaba al empate técnico, en su muro de Facebook solo aparecían opiniones de un mismo signo. Esto se debe a que los algoritmos de Facebook y de Google, las cookies de las webs y todas las herramientas «orientadas a que el usuario reciba contenidos seleccionados en función de sus intereses» provocan que cada persona que entra a la red poco a poco se vaya aislando del resto del mundo. Con ello, todo lo que esos algoritmos van descartando se vuelve virtualmente invisible, así que el usuario se ve obligado a consumir una y otra vez contenidos que ya reconoce de antemano. Esta estrategia puede funcionar durante un tiempo, pero a la larga posiblemente aniquilará la curiosidad y la capacidad de sorpresa. Y eso conduce al aburrimiento, y en última instancia, es fácil que ayude a que mucha gente termine por mandar a la porra el modelo de internet que conocemos ahora.
Lo mejor de todo es que, ahora que llego al final del post, me estoy dando cuenta de que yo mismo repito opiniones. Ya he escrito antes sobre esto de que todo el mundo cuenta lo mismo y no se molesta en buscar cosas dintintas. Y de hecho he sacado estos temas varias veces antes en este blog. ¡Yo mismo estoy enredado en la trampa! Pero mejor no pongo enlaces, por si a alguien le quedan ganas de revisar posts viejos. Si lo hace, quizá pueda mencionar mi blog en algún post como ejemplo de la falta de originalidad y de la homogeneización de internet.