Cada 23 de abril se conmemoran muchísimas cosas, y una de ellas es el aniversario del fallecimiento de Miguel de Cervantes Saavedra. Hace unas semanas publiqué un post sobre lo poco que me gusta la investigación sobre los restos del escritor, y anuncié que pronto escribiría otro sobre la manera en la que recibí clases sobre literatura clásica –y especialmente sobre Cervantes- en mis años de instituto. Pues hoy es el día adecuado.
Pasé mis años de enseñanza obligatoria confinado en el Colegio María Auxiliadora de los Salesianos en Santander. Tuve asignaturas obligatorias de literatura en 2º y 3º de BUP y en COU. 3º de BUP (que yo lo pasé en el año lectivo 1994-1995) fue el curso en el que se dedicaba más tiempo a estudiar El Quijote. Yo diría que nos tiramos medio año hablando exclusivamente sobre El Quijote.
El encargado de impartir la asignatura era un cura que creo que se llamaba José Manuel Ortiz, pero que es seguro que todos le conocíamos por El Pin. Era un cura malo, casi como los de Paracuellos de Carlos Giménez. No recuerdo que nadie le tuviera cariño, y tampoco que él mostrara afecto por nadie (al menos si no había dinero de por medio… pero eso es otra historia).
Para él, la Literatura Clásica Española era algo que debía gustar. Sí o sí. Era una verdad científica irrefutable, y además un imperativo moral. Esto lo justificaba a partir de una serie de axiomas cuya evidencia es aplastante: el Español es el tercer idioma más hablado del mundo, el Español es la lengua más bella y rica del mundo, el Cantar del Mío Cid es el mejor cantar de gesta de todos, La Celestina es la culminación del Renacimiento, El Quijote es el libro más leído de la historia, Quevedo era las risas, Lope de Vega escribió más versos que nadie…
¿Y qué valor literario tenía todo esto? Pues nunca lo explicó ni tampoco tengo constancia de que para él fuera algo relevante. Lo único que importaba era reconocer que la literatura en castellano es uno de los grandes legados que esa Unidad de Destino que es España ha dejado al conocimiento universal.
¿Y cómo evaluaba este señor a sus alumnos? Dado que el Quijote ocupaba la mayor parte de la asignatura, a lo largo de los meses había que pasar varias pruebas sobre el tema. Por un lado había un examen sobre datos cuantitativos.
- ¿Cuántas traducciones existen del Quijote?
- ¿Cuándo apareció la primera edición en francés?
- ¿Cuántas falsas continuaciones del Quijote aparecieron?
- …
y cosas por el estilo.
Por otro lado, había que memorizar y recitar al pie de la letra y delante de toda la clase un párrafo concreto del Quijote (todos el mismo, por supuesto), que creo recordar que describía a Don Alonso Quijano montando a caballo por un campo.
Y por último, la parte más aterradora: cuatro exámenes sobre el texto literal del Quijote. En cada examen entraba la mitad de uno de los dos volúmenes. La prueba consistía en 25 preguntas cortas sobre un capítulo al azar, escogido entre los 26 de cada mitad de la primera parte, o entre los 37 de cada mitad del segundo. Casi daba igual que cayera uno u otro capítulo, el cuestionario siempre venía a ser algo así como
- ¿De qué pueblo salen Quijote y Sancho?
- ¿qué le dice Sancho a Quijote?
- ¿Qué responde Quijote?
- ¿Por qué se calla Sancho?
- ¿Con quién se encuentran más adelante?
… Y así hasta llegar a 25.
Recuerdo el examen de recuperación de junio con el aula llena porque nadie había sacado aquello a la primera. Y la mayoría de los que aprobamos en la recuperación lo hicimos a base de triquiñuelas.
A día de hoy me da mucha rabia cuando oigo quejas sobre los jóvenes de ahora, su falta de cultura y la pobre educación que reciben, porque dudo que hace veinte años la gente de mi quinta estuviéramos en condiciones mucho mejores. Nadie tiene la culpa de no haberse cruzado en la vida con alguien capaz de inculcarle el amor por la lectura, o no haber tenido la curiosidad suficiente como para encontrarlo por sí mismo. Y tampoco considero necesariamente malo que a alguien le aburran cosas que a otros les parecen importantes. De hecho, me cuesta imaginar qué tipo de gozo encontraba El Pin en la literatura, pero no se debía de parecer en nada al que puedo sentir yo. De todas formas, gracias a las clases de aquel pésimo profesor a día de hoy todavía retengo en mi memoria infinitos detalles insulsos sobre El Quijote, como este párrafo del tercer capítulo de la segunda parte que siempre me ha parecido una maravilla. Porque, a pesar de todo, los dos libros de Don Quijote de La Mancha me parecen inmensos.
Por cierto, este capítulo me cayó en un examen. Y, como era de rigor, suspendí.
-
—Ahora digo —dijo don Quijote— que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que a tiento y sin algún discurso se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja, el pintor de Úbeda, al cual preguntándole qué pintaba respondió: «Lo que saliere». Tal vez pintaba un gallo de tal suerte y tan mal parecido, que era menester que con letras góticas escribiese junto a él: «Este es gallo». Y así debe de ser de mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla.