Hace un par de años se publicó en España “Fargo Rock City: una odisea metalera en la Daköta del Nörte rural” (Es Pop Ediciones). El libro repasa el heavy metal de los ochenta desde la perspectiva de un adolescente que vivía en un pueblo perdido de Dakota del Norte. ¿Que por qué se recomienda un libro sobre jebis en Spam de Autor? Seguid adelante y os lo explico.
“Fargo Rock City” se aparta de varios de los tópicos habituales en la literatura musical. Por un lado, el protagonismo no recae en los artistas, sino en la forma en que el fan los hace suyos. Por otro, el libro no se centra en alabar un estilo de música que a día de hoy mantenga una cierta popularidad, sino que habla de un estilo al que el tiempo ha relegado a los márgenes de lo que se considera el buen gusto musical y sobre cómo fascinó a un fan del sitio menos importante del mundo.
Así, el adolescente Chuck Klosterman era un chaval que vivió en un paraje perdido de los Estados Unidos, lejos de nada que se parezca a una escena musical, a bares y a conciertos heavies. Para él, como para tantos otros jóvenes de todo el mundo, el heavy de pelos cardados, solos acrobáticos y letras fiesteras era una vía de escape, una forma de vivir una vida inalcanzable en un páramo de la América profunda.
En concreto, el universo musical del joven Klosterman se centra en lo que nació a finales de los setenta de la mano de Van Halen o Kiss y habría llegado a su ocaso a principios de los noventa cuando Guns’n’Roses empezaron a decaer y el grunge ocupó su hueco. Entre esos dos momentos, el autor recuerda una vida con banda sonora de Poison, Motley Crue, Ratt, Twisted Sister, WASP, Bon Jovi, Skid Row… en este aspecto no hay grandes sorpresas, ya que aquí no ejerce crítico enciclopédico sino de aficionado cuyas únicas fuentes para conseguir música eran lo que compraba en algún viaje a la ciudad o lo que le pasaba alguno de sus pocos amigos. Por otro lado, sus intereses no iban más allá del heavy clásico más comercial, el hard rock, el glam y el AOR. Nada de thrash, ni death metal, ni punk ni hardcore. Además, el gusto del autor es muy norteamericano, lo que significa que salvo un par de excepciones (Judas Priest, Ozzy Osbourne o Def Leppard) no muestra ningún interés por el metal europeo.
Esta música ya tenía un carácter marginal cuando el libro se publicó en los Estados Unidos en 2001, y a día de hoy aun no ha levantado cabeza. Si en su momento estos grupos llenaban estadios y copaban la parrilla de la MTV, a día de hoy solo quedan como referencia irónica o como reivindicación por personajes decadentes como “El Luchador” que interpretaba Mickey Rourke en la película de Darren Aronofsky. Por supuesto que Klosterman es consciente de ello: él mismo nos cuenta cómo se fue alejando del heavy cuando a principios de los noventa salió del pueblo para ir a la universidad. Así que “Fargo…” se convierte en una búsqueda de argumentos que le hagan comprender por qué una cosa que hoy le importa un carajo le flipó durante su adolescencia. Y por extensión, se cuestiona qué relevancia cultural se le puede otorgar a un fenómeno como este.
Así, se van sucediendo biografías de artistas y revisiones de discos entre reflexiones y recuerdos de unos años perdidos entre horas de instituto, de tocar air guitar frente al espejo o de beber mientras circulaba hacia ninguna parte en su furgoneta. Todo esto planteado como un interesante debate entre la postura cabezona del heavy adolescente, la aparente racionalidad del crítico musical y el cinismo del que repasa las miserias de su adolescencia desde sus ojos de adulto.
El problema viene en los momentos en los que una de esas posturas empapa a las demás, con lo que lanza sin demasiada ironía opiniones tan discutibles como que:
–Iron Maiden es un grupo musicalmente pretencioso, aburrido y conceptualmente ridículo.
–The New York Dolls es un grupo que escuchan exclusivamente críticos y enteradillos.
–Metallica (Metallica de sus cinco primeros discos) es un grupo aburrido, que se toma demasiado en serio a sí mismo.
-La música electrónica carece de connotaciones sexuales (o es música hecha con gente que folla poco para que la escuche gente que folla poco), al contrario que el heavy que es una música 100% sexual.
Asi que hay pasajes en los que me cuesta mucho sentirme identificado con las opiniones de Klosterman. Y es que no, no me gusta el heavy pastelero del que habla el libro; no me gustó de chaval y tampoco me gusta ahora. De hecho comparto muchas de las críticas que el autor intenta echar por tierra a lo largo del libro (aunque el mismo autor también termina por admitir que algunas de ellas están perfectamente fundamentadas). Así que por mucho que lo intente, a estas alturas de la vida no voy a empezar a apreciar a Van Halen como un gran grupo ni mucho menos me voy a plantear que nada de lo que me gusta es peor que un solo de guitarra o un falsete heavy.
Pero no por ello el libro deja de resultar terriblemente entretenido, a ratos incluso emocionante, y sobre todo imprescindible por el retrato que hace de un estilo menospreciado (ejem, menospreciable) desde el punto de vista de los grandes olvidados de toda esta historia: los fans anónimos. Y además la cubierta es bastante mona y luce bien en la estantería. Así que echadle una leída, que merece la pena.
A mi me gustó bastante, y el ranking que hace, valorando los discos por la cantidad de dinero que le tendrían que pagar por no escucharlos jamás, es una forma cojonuda de valorar lo que le gusta un disco.
Iba a haber comentado eso pero al final lo dejé fuera para que no me quedara un artículo demasiado largo.También me gustó mucho la lista de canciones no heavies pero que él y sus amigos reconocían que escuchaban, en la que deja a la vista lo absurdo de las etiquetas musicales y el intentar ver algo racional en los gustos musicales.