A falta de tiempo para currarme un artículo mío guapo, esta vez voy a fusilar una cosa de otra parte para salir del paso y no dejar esta semana el blog en blanco. Es un fragmento del capítulo que “Our Band Could Be Your Life” dedica a los Butthole Surfers. Corresponde a una gira europea que el grupo texano hizo alrededor de 1985. Creo que no es la historia más salvaje y ni siquiera la más divertida de las que se cuentan ahí sobre el grupo, pero el hecho de que en la anécdota haya cameos de varias celebridades me ha animado a escogerlo.
La mayoría de la gente estaba segura de que la banda consumía tripis en cada concierto. “No en “todos” los conciertos”, aclara [King] Coffey [batería]. “Personalmente, no puedo tocar la batería de ácido. La única vez que lo hice me perdí un poco con los platillos”.
Pero la maría era una necesidad para la mayoría del grupo. Y cuando no podían pillar, algo que pasaba a menudo en Europa, aquello se convertía en un infierno. “Lo que hacíamos entonces era beber más para compensar, pero a la banda le tocaba los huevos que no hubiera hierba alrededor y entonces teníamos conciertos literalmente violentos, en los que la gente iba a ser golpeada”, cuenta Coffey. “Nos la sudaba todo y pegábamos a cualquiera que se cruzara en nuestro camino”.
Para una panda de tejanos que nunca habían estado fuera de su país, Europa “era como ir a la luna”, dice [Paul] Leary [guitarrista]. “La gente es diferente allí. Realmente te inspiran para que les patees aún más fuerte. Es un medio alienígena y después de un rato allí empieza a tocarte los huevos”. Es un comentario inusual, si se tiene en cuenta que Europa es reconocida por pagar mejor a las bandas, alojarlas en hoteles y también alimentarlas. “Ellos te dan un montón de mierda para comer, eso es lo que hacen”, se burla Leary. “Te dan un pastel, y después sonríen y te están clavando alguna otra cosa en el culo a la vez. Te aviso, no quieras juntarte allí con esos alemanes. Te van a joder”.
La noche de su aparición en el gran festival Pandora’s Box en Holanda, Kramer [bajista] fue a buscar a [Gibby] Haynes [cantante] para la prueba de sonido. “De entrada es importante puntualizar que esa noche Gibby se había comido un puñado de tabletas de acido y se bebió una botella entera de Jim Bean antes de que la prueba hubiera empezado”, apunta Kramer.
Leary se puso furioso con Haynes por emborracharse antes de un concierto tan importante. “Que le jodan a ese hijo de puta tonto del culo”, gruñó a Kramer. “Odio este puto grupo. Juro por Cristo clavado en un palo que odio este puto grupo más de lo que me odio a mí mismo. Y eso es mucho. No me importa si volvemos a tocar alguna vez. Si no puedes encontrarlo, que le jodan. ¡¡¡QUE LE JODAN!!!”. Entonces empezó a golpear un par de guitarras con sus puños desnudos.
El festival tenía varios escenarios, y Kramer finalmente encontró a Haynes en un concierto de Nick Cave and the Bad Seeds. Según cuenta Kramer, Haynes estaba completamente desnudo, peleando por subir una y otra vez al escenario de tres metros de altura mientras fornidos guardias de seguridad le echaban a puñetazos y patadas de vuelta al público, donde se quedaba unos segundos antes de abalanzarse sobre el escenario otra vez. Finalmente, el guitarrista Blixa Bargeld se adelantó y le dio una patada en la entrepierna con sus botas de punta. Esta vez Haynes no se levantó.
Kramer se abrió paso entre la multitud para acudir en ayuda de su compañero, pero cuando llegó le encontró inconsciente. “Me incliné para ver si seguía vivo, pero parecía que no respiraba” dice Kramer. “Le empujé en el hombro. De pronto, como un volcán, explotó de nuevo a la vida y lanzó sus puños en todas direcciones, y me enganchó bien a mí junto a un puñado de chicas inocentes, lo que provocó la ira de sus novios y de los guardias de seguridad, que ahora tenían motivos suficientes para dejar al sr. Cave con sus asuntos, bajar del escenario y unirse a los novios que administraban una concienzuda y no muy sutil lluvia de golpes en la cara, la cabeza y los hombros de Gibby, hasta que volvió a quedar inconsciente en el suelo”.
O eso parecía. De hecho, Haynes solo fingía que le habían noqueado, y mientras los matones a sueldo se alejaban, se puso de pie y empezó a gritarles “¡¡¡MARICONES HOLANDESES!!! ¡¡¡PUTOS MALDITOS MARICONES HOLANDESES!!! ¡¡¡TODO UN PAÍS LLENO DE PUTOS BUJARRONES!!! ¡¡¡OS VOY A DAR POR EL CULO EN EL CIELO Y EN EL INFIERNO!!!”.
“La caza y captura que vino después fue de las que hacen historia”, dice Kramer. “Stark desnudo como vino al mundo, golpeado, magullado, ensangrentado y entripado, este icono de la música moderna corrió como Jesse Owens a través de todo el recinto, bajó a la entrada, subió las escaleras, agarrando mientras tanto botellines de cerveza de las manos de la gente y arrojándoselos al público que se encontraba por debajo. Una granizada de latas de cerveza, botellines y basura variada cayó sobre los holandeses hasta que finalmente le encontré con Gibby, justo en el momento en que una multitud de los mayores guardias de seguridad que haya visto nunca también le alcanzaban.
En ese momento puede que hubiera veinte manos sobre él, agarrándole, y aunque Gibby está completamente loco, no es tonto. “¡¡¡LO SIENTO!!! ¡¡¡LO SIENTO DE VERDAD!!! ¡POR FAVOR, NO ME GOLPEÉIS MÁS! ¡¡¡TENGO UN TUMOR CEREBRAL!!! ¡¡¡POR FAVOR, NO ME GOLPEÉIS MÁS!!! ¡¡¡VA EN CONTRA DE MI RELIGIÓN!!!””
Entonces Haynes consiguió escapar al camerino y cerró la puerta trás de sí. Kramer podía oír a Leary y a Haynes gritándose dentro, y cuando finalmente tuvo el valor para abrir la puerta les encontró rompiendo guitarras, botellas y sillas en lo que Kramer denomina “el ejemplo más potente de mal comportamiento que yo haya visto. Hasta el día de hoy, más de quince años más tarde, no tengo ningún recuerdo más vivo sobre el efecto que la música puede tener sobre un ser humano”.
Momentos más tarde un hombre entró al camerino y preguntó si podía llevarse una guitarra. “¡¡¿¿LLEVARTE UNA GUITARRA??!! VALE, ¡¡¡¿¿¿TÚ QUIÉN COJONES ERES!!!???” gritó Haynes, con los ojos brillando, como en un delirio que anticipaba la violencia que estaba por llegar. Pero aquel hombre no se inmutó.
“Soy Alex Chilton”, contestó tranquilamente.
Haynes estaba atónito. Después de una larga pausa, abrió metódicamente una a una las fundas de guitarra que quedaban y le hizo un gesto como si dijera “coge lo que quieras”.
Justo antes de salir al escenario Haynes se sopló una botella de vino tinto entera; cuando salió se lanzó directo a una multitud horrorizada, que se abrió como el Mar Rojo. Haynes quedó inconsciente sobre el suelo, con lo que el quipo de seguridad le dedicó un cálido aplauso. “Miré a Gibby”, recuerda Kramer. “Intentó moverse, pero a continuación se cayó mientras el vómito se derramaba desde su boca”.
Después del concierto Haynes estaba furioso por haber estado inconsciente la mayor parte del concierto e insistió en que le pagaran en cinco minutos o “les arrancaría sus testículos holandeses”. Haynes cogió los puñados de guilders y los metió en unos pantalones dentro de la funda de su guitarra, pero casi al instante olvidó que le habían pagado y se volvió loco una vez más, corriendo desnudo por el recinto del festival y gritando que le habían estafado.
“¡¡¡PUTOS MARICONES HOLANDESES!!! ¡¡¡UN PAÍS LLENO DE REINAS CHUPAPOLLAS!!! ¡¡¡PRIMERO ME DISTEIS UNA PALIZA Y DESPUÉS NOS ESTAFÁSTEIS!!! ¡¡¡¡¿¿QUIÉN DE ESTOS MARICONES NOS ROBÓ EL DINERO??!!!! ¡¡¡PUTOS MARICONES HOLANDESES!!!”
A lo que le siguió otra escena de persecución más, y otra panda de imbéciles holandeses echaron a Haynes al suelo, y volvió a disculparse profusamente una vez más. “Después de esto le soltaron otra vez” dice Kramer, “y otra vez corrió por los pasillos gritando obscenidades mientras agarraba botellines de cerveza de las manos de la gente y los arrojaba contra la pared de ladrillos”.
“Estos putos holandeses”, explica Leary, “es como si te empezaran a tocar los huevos al cabo de un rato, tío”.
“Pensamos que acabábamos de arruinar nuestras carreras por haberla cagado con este concierto”, dice Coffey. “Por supuesto, a los holandeses les encantó: “¡el desorden es bello, es maravilloso! ¡el caos hizo erupción en cada canción!”. Al día siguiente el periódico local sacó un artículo sobre cómo los Butthole Surfers se habían convertido en la sensación del festival. “Por supuesto, cada vez que volvíamos después de aquello y solo tocamos música la gente se llevaba una horrible decepción”, dice Coffey. “[Con acento holandés]¿Por qué vienes no pegas gente?”.
Pingback: Europa. Una letanía - Blixa Bargeld - Spam de autorSpam de autor