Hay varios aspectos de la figura de Fabio McNamara que me fascinan. Su imagen, a través de la cual eleva el petardeo hasta la sublimación del glam para después hundirlo en la cloaca del punk. Su manera de reinventar el lenguaje a través de disparatadas construcciones lingüísticas, permanente truncadas por su tartamudez. Y su forma de afrontar la vida, siempre explorando los límites de la Gran Impostura que es el mundo actual. Todo es flash en torno a Mcnamara. Pero cuando su autobiografía cayó en mis manos rápidamente saltaron dos alarmas. La primera, al detectar que el libro viene firmado a pachas junto a Mario Vaquerizo, un tío que me carga muchísimo. La segunda, porque aún me pesa el chasco que me llevé este verano con el libro sobre Carmen de Mairena. La cosa pintaba fea. Pero, una vez terminada esta Fabiografía (Espasa, 2014), veo que ha habido suerte: se trata de una biografía divertidísima, que hace justicia a todo el delirio, la fascinación y la decadencia que rodea al personaje.
Tuve constancia de que existía Fabio McNmara por primera vez en 2001, cuando publicó el tremendo LP Rockstation. A partir de entonces fui descubriéndole en toda su grandeza, que se extiende desde su ubicua presencia como eterno secundario de la Movida Madrileña, hasta el giro hacia el ultraconservadurismo que ha dado durante los últimos lustros.
En cualquier caso, su carrera musical es caótica e inconstante, y su trayectoria como pintor es difícil de encajar dentro del mundo del arte profesional. Pero McNamara siempre buscó ser estrella antes que artista. Decidió convertirse en el protagonista del espectáculo constante que era su propia vida, y por supuesto que lo consiguió.
Como si fuera un capítulo descartado de Por favor, mátame, esta Fabiografía repasa sus vivencias en primera persona a través de una sucesión infinita de párrafos salvajes. Y, ojo, que la comparación con el libro de Legs McNeil no es casual: la caterva de personajes socialmente disfuncionales que campan por las páginas de Fabiografía citan constantemente a los ídolos que les sirven de inspiración vital, que no son otros que La Bowie (sic), Andy Warhol, Lou Reed, Iggy Pop, The New York Dolls, The Lords of the New Church… y, realmente, muchas de sus hazañas no desentonarían en una biografía de Wayne County, Johnny Thunders o Stiv Bators.
La narración de Fabiografía consigue mantener el orden y el sentido a un ritmo endiablado, y lo hace sin abandonar el caos verbal que es marca de la casa del Sr. McNamara. Y supongo que la mano de Mario Vaquerizo ha tenido que ver en ello, y por eso le felicito. Aunque, ay, la redacción todo descuidada a menudo chirría malamente. Señores de Espasa, ¿qué les hubiera costado contratar a un corrector para que pegara un último repaso al texto?
El tono es deslenguado, y me encanta cuando se regodea en detalles sobre cómo buscaban en el rastro o en la basura los ropajes y complementos que más tarde customizaban, cómo se alimentaban a base de cerdadas, o cómo abusaban de las drogas. Sí, porque al igual que Por favor… esta también es la historia de un descenso a los infiernos de la droga bastante jodido y relatado con abundancia de detalles escabrosos. Sin embargo, McNamara se muestra mucho más pudoroso cuando le toca hablar de sexo, lo que deja coja la historia de una figura tan hipersexualizada como la suya. Y algo menos vergonzoso se muestra al hablar sobre su renacimiento como cristiano radical –y del rechazo público a la homosexualidad, que seguramente tenga que ver con la mojigatería que comento-, aunque también habría agradecido que profundizara algo más en el proceso de conversión tan inesperado y al mismo tiempo tan coherente con el histrionismo de toda su vida anterior.
Por otro lado, llama la atención que en varios pasajes McNamara parezca mostrar una cierta nostalgia por la época franquista; un sentimiento que, curiosamente, también percibí en el libro sobre Carmen de Mairena. Sería interesante que alguien se esforzara en desentrañar los mecanismos que han impulsado tamañas acrobacias ideológicas; pero, por desgracia, en Fabiografía tampoco se zambullen en semejantes profundidades.
En cualquier caso, ha quedado un libro divertidísimo, que es lo importante. Es lo más. Finísimo. Un delirio.