Pocas veces he tenido que dar tantas explicaciones en mi entorno por haber pagado por ver una película como Spring Breakers. La verdad es que no entiendo a qué viene tanto revuelo si yo no se las pedí a ninguno de los que pagó por ver Lincoln o Los Miserables. Pero vistas las encendidas reacciones en contra de la película, me queda clara la habilidad del director Harmony Korine para hacer películas que resultan incómodas a muchos espectadores de cine (y especialmente a gente que no ve sus películas). Y también que el tema de la adolescencia da pie a fuertes polémicas. Se trata una etapa de la vida fascinante, intensa, un momento de inocencia y experimentación, en el que los cuerpos están plenos de fuerzas pero los corazones llenos de inseguridades. Y el cine no siempre consigue tratar con acierto estos estallidos hormonales. La mayoría de las películas que retratan estas edades (tanto las que se dirigen de forma clara a un público adolescente como las que buscan una audiencia más adulta) suelen estar narradas desde el punto de vista condescendiente de los adultos y evitan ofrecer cualquier mensaje mínimamente elaborado que vaya más allá de las exaltaciones del valor de ser joven (esto es, ser guapo, heterosexual, monógamo y tener un futuro lleno de prosperidad) o de las visiones moralizantes que tratan de poner de relieve –generalmente desde una perspectiva sensacionalista- los peligros de echar a perder una vida antes de tiempo. Frente a todo esto, el cine sobre adolescentes que a mí me interesa es el que se adentra en ese mundo exclusivo en el que el futuro no existe y los adultos son un obstáculo para la felicidad. Podría citar decenas de películas sobre todo esto, pero me voy a quedar con cinco que me parecen útiles para poner en contexto a Spring Breakers.
Chronicle (Josh Trank 2012)
Una pandilla de chavales adquieren por casualidad poderes sobrenaturales. ¿Qué van a hacer entonces? ¿Salvar el mundo de los ataques de supervillanos? Mucho mejor que eso: van a tratar de salvarse a sí mismos del aburrimiento y de paso intentar quitarse de encima sus frustraciones y sus miserias personales.
Chronicle es una película de bajísimo presupuesto (ojo con los efectos especiales de bazar de los chinos), rodada en parte con cámara en mano, que el año pasado alcanzó cierta notoriedad por la frescura con la que se acercaba al tema de los superhéroes. Durante su primera parte retrata de forma maravillosa la faceta más adolescente de sus protagonistas (o su lado humano, que diría Ana Rosa Quintana) con una estética de falso documental. Por desgracia, en su parte final se desvanece ese afán naturalista y la película se ciñe a los esquemas de acción y efectos especiales del cine de superhéroes convencional, además llenarse de préstamos poco disimulados a clásicos del género, y ahí pierde buena parte de su atractivo.
Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1981)
El así llamado cine kinki español de los años de la transición mostró una serie de historias protagonizadas por jóvenes indómitos que vivían en los límites de la sociedad. Se me ocurren varias que podría encajar en este post, pero he elegido Deprisa, Deprisa tanto por ser una de las más dignas del género -en el sentido meramente académico del término- como por el peso que los personajes femeninos tienen en ella, aunque lo que se resalte aquí sea el papel pasivo al que quedaban relegadas en un ambiente eminentemente machista.
Carlos Saura ganó el Oso de oro en el Festival de Berlín con esta cinta sobre una chica que se queda prendada de un kinki y deja su trabajo y su familia para seguirle. Ellos dos y su cuadrilla se dedican a dar pequeños palos que les permiten vivir una libertad que nunca podrían alcanzar si actuaran dentro de la ley. Al final, el “Me quedo contigo” de Los Chunguitos marca el ritmo de una espiral de drogas y violencia que hará que sus sueños se desvanezcan.
A pesar de contar con un guión y una realización muy por encima de la media, la película mantiene el habitual tono truculento que tan mal ha envejecido. Pero por muchos motivos el cine kinki me resulta fascinante, así que no tengo problema en pasar eso por alto para gozar con Deprisa, Deprisa.
Project X (Nima Nourizadeh, 2012)
¿Qué hacen todos los chavales del mundo cuando sus padres les dejan durante unos días solos en casa? Pues montar la mayor juega de la que son capaces. Esto no es nada nuevo, existen decenas de películas con este mismo argumento. ¿Entonces, qué es lo hace que Project X se aparte de pelotón? Lo más obvio sería decir que buena parte de la película está rodada cámara en mano (algo que también hemos visto en Chronicle), un recurso que le aparta del lenguaje visual en el cine adulto convencional. Otra opción -si cabe más superficial- serían las dimensiones del sarao, que desde la propia promoción se anunciaba como “la mayor fiesta de la historia”. Pero si he citado aquí a Project X es por la postura moral de la narración. Mientras que la inmensa mayoría de las comedias actuales terminan con una moraleja tirando a conservadora del tipo “vale, ya has probado lo que es divertirse como un salvaje, ahora debes volver con tu trabajo y tu familia para disfrutar de lo que has conseguido en la vida, y que no se te ocurra repetirlo” en Project X lo que hay es “vale, has tirado tu vida por la borda… ¿y qué? Por una vez en la vida has conseguido ser alguien. ¿Por qué arrepentirse?”
Pues eso, arriba las historias sin moralina.
The Runnaways (Floria Sigismondi, 2010)
A mediados de los setenta varias chicas californianas que querían seguir la senda de David Bowie se cruzaron con un promotor que las cameló, hizo de ellas unas verdaderas chicas malas y las puso en el camino de convertirse en la siguiente gran sensación del rock. Y es que montar un grupo de música es otra buena forma de escapar de una adolescencia anodina. Las Runnaways cumplieron su sueño de convertirse en estrellas, aunque a costa de conocer la cara oscura del negocio que sumió al grupo en una espiral de de sexo y drogas que terminó con al amistad de las cuatro chicas.
The Runnaways es la película que menos me gusta del lote. La he incluido aquí porque, al igual que en Spring Breakers, todas las protagonistas son chicas, y también presta una especial atención a la música (y a las drogas) como vías de escapar del aburrimiento. No me convence cómo reconstruye la historia del grupo, ya que solo da voz a Joan Jett y a Cherie Curie y deja a las demás como meras comparsas. Solo me quedo con el retrato que hace de Kim Fowley, figura clave dentro de los primeros años del punk de la ciudad de Los Ángeles, una especie de Malcolm McLaren californiano, excesivo, posiblemente inaguantable, pero fascinante a pesar de todo. En cualquier caso, la mezcla del biopic standard sobre músicos de rock –con la habitual ración de moralina- con un estilo visual pretendidamente personal se me atragantó bastante.
Paranoid Park (Gus van Sant, 2007)
Álex se aburre en el instituto así que empieza a dejarse caer por el skatepark al que los chavales peligrosos van a matar el tiempo. Y no me apetece contar más sobre la trama, porque creo que lo más destacable de esta película es la forma en la que retrata la adolescencia como estado mental de fascinación y confusión permanente. Y no es que Paranoid Park no tenga un argumento claro: el director Gus van Sant aplica aquí los modelos narrativos no lineales que había probado antes en Gerry, Elephant o Last Days , pero los inserta dentro de una estructura más definida y menos abstracta que en aquellas, con lo que el resultado es mucho más accesible para públicos más variados. Sencillamente, Paranoid Park es mi favorita del grupo, y una de las películas que más me han gustado en los últimos años.
¿Y qué hay de todo esto en Spring Breakers?
Spring Breakers se puede entroncar dentro de estas películas de adolescentes descarriados. Lo que la hace destacar es su aire punk (sí, punk) con el que trata de incomodar (y parece que lo está consiguiendo) a la mayor cantidad de gente posible. Por un lado, al público más tradicional, al presentar una especie de fábula perversa y amoral que subvierte los símbolos y las convenciones de la cultura del ocio actual. Y por otro, a buena parte de la crítica seria, que no parece tolerar bien la carga de ironía que lleva la exhibición impúdica de elementos considerados vulgares como el sexo explícito, la droga, el dubstep, el hip hop y el pop ultracomercial, o la exaltación de una supuesta espiritualidad bastante boba.
Tampoco es que la película sea del todo redonda, ya que por momentos Korine roza la misma vulgaridad de la que pretende distanciarse. Pero aun así Spring Breakers cuenta con argumentos cinematográficos que se pueden seguir disfrutando después de que uno haya decidido ya si efectivamente la polémica levantada por la película da para tanto. Y, qué leches, prefiero siempre una película llena de imperfecciones antes que una que no tenga personalidad.
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