El pasado 14 de abril, tras un altercado con la policía de Denver, Neil M. Hagerty fue denunciado por atentado a la autoridad. A partir de ese momento se abrió una campaña de Crowdfunding para costear su defensa legal y un tratamiento para los problemas psiquiátricos que arrastra (que en este momento no está operativa, así que espero que se haya cubierto el objetivo). La noticia apenas ha tenido eco en la prensa española: Hagerty no es ninguna celebridad, y de hecho siempre se ha afanado en espantar su buena imagen. Pero yo llevo décadas flipando con la música que ha creado este hombre, tanto en sus discos en solitario como en los que grabó con Pussy Galore o Royal Trux. Así que, Neil, espero que todo esto acabe lo mejor posible, y por ello te dedico este post.
La carrera pública de Neil Michael Hagerty (Baltimore, 1965) arranca en 1985, cuando entró a tocar en Pussy Galore, grupo de culto entre la vanguardia neoyorkina más gamberra. Tocaban un rock catastrófico, cerdísimo y destructivo. La Wikipedia habla de ellos como un cruce entre los Rolling Stones y Einstzürdende Neubauten, y como forma de definirlos me ha parecido perfecta. Aunque también me suenan como una especie de primos mayores de Ulan Bator Trio. A mí me gustan bastante dos de esas bolas de ruido que sacaron como discos: “Exhile on Main Street” (1986) -una voladura descontrolada del clásico de los Rolling Stones– y “Dial M of Motherfucker” (1989).
Pussy Galore se separaron en 1990. Los antiguos compañeros de Neil acabaron formando bandas míticas del rock underground neoyorkino de los noventa, como Boss Hog, Free Kitten o Jon Spencer Blues Explosion.
Pero Hagerty tampoco anduvo perdiendo el tiempo. Para el momento de la desbandada ya llevaba publicados un par de álbumes con Royal Trux, el grupo que formó junto a su entonces novia Jennifer Herrema, quienes acabarían publicando nada menos que once álbumes de estudio, además de varios singles y algún recopilatorio. En el primer par de discos continuaron la línea de ruido abrasivo con el que se ensañaban Pussy Galore; pero a partir de Cats and Dogs (1993) empezaron a abundar los estribillos tarareables (a pesar de la voz de rata de Herrema) y en las canciones se dejaron reconocer formas propias del rythm&blues de los sesenta y del hard rock de los setenta. Eso sí, sin dejar de llenar todo con arreglos cacofónicos, riffs a trompicones, solos desaforados y digresiones cósmicas.
La mayoría de lo que han hecho me flipa. No voy a entrar a repasar álbum por álbum; solo decir que mis favoritos son Accelerator (1998) y Veterans of Disorder (1999), pero Cats and Dogs (1993), Thank You (1995) o Pound for Pound (2000) también son divertidísimos. La pareja se separó en 2001, pero para sorpresa de todo el mundo en 2019 publicaron White Stuff, su primer grabación en casi dos décadas, que me pareció un discazo a la altura de sus joyas de los noventa.
Yonkis confesos (y a mucha honra), las canciones de esta pareja transmiten una euforia obscena difícil de explicar. Se trata de una extraña mezcla de fina sensilibidad y pésimo gusto que me transmite las mismas sensaciones que, yo que sé, los cómics de Simon Hanselmann.
¿Alguien podría dar un céntimo por un despropósito humano como este? Pues sí que hubo quien lo hizo: en 1995 el sello Virgin fichó a Royal Trux por un millón de dólares (aunque no llegaron al final de su contrato y pronto regresaron a la discográfica independiente Drag City). Y también Calvin Klein pagó otra buena pasta porque Herrema posase como modelo de la marca.
A pesar de lo poco que Neil y Jennifer se esforzaron en mantener vivo el recuerdo de Royal Trux (no ha sido sencillo juntar suficientes imágenes de promo y vídeos como para ilustrar en condiciones este post), existe una pequeña pero sólida base de fieles que los añoran (los añoramos) como buena banda de culto. En ese sentido, me hizo mucha ilusión encontrar que en el tercer episodio de la serie Irma Vep (HBO, 2022) la protagonista se muestra ilusionada porque esa noche Royal Trux tocan en París, en el único concierto europeo de su gira.
Por otro lado, Hagerty ha publicado varios discos en solitario. No me atrevo a decir exactamente cuántos porque no he seguido su trayectoria con tanta atención y hay bastantes cosas que ni siquiera he llegado a escuchar. En cualquier caso, me encantan Plays that Good Old Rock and Roll (2002) y The Howling Hex (2003), en los que ha despejado la capa de roña sónica y se acerca más que nunca hasta entonces al formato genérico de rock tradicional (y más concretamente al sonido de los viejos Rolling Stones, que a veces parece que el grupo fetiche de Neil).
Podríamos debatir sobre el desastre del sistema sanitario de los Estados Unidos. O también sobre la adoración pública que son capaces de generar personajes disfuncionales de quienes posiblemente intentaríamos huir si vivieran en nuestro portal. Pero la alergia primaveral me tiene embotado y no tengo día para darle más vueltas a estos asuntos. Lo importante ahora es que espero que los problemas de Neil se puedan arreglar cuanto antes. Es un ídolo.