Dos decepciones: Paciencia y Música de mierda

paciencia

No todo va a ser bueno en esta vida. A veces las cosas no responden a las expectativas creadas, y eso nos hace sentir tristes o incómodos. Espero que a estas alturas no os coja de sorpresa que “El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares” de Tim Burton o que los avances de “Hardwired… to Self-Destruct” de Metallica sean bastante anodinos, pues vienen de gente que lleva lustros (incluso décadas) de travesía por el desierto de la creatividad. Pero lo flojos que me han resultado “Paciencia” de Daniel Clowes (uno de mis autores de cómic favoritos) y de “Música de mierda” de Carl Wilson (encumbrado en algunos sectores como uno de los grandes libros del año) creo que es un asunto que se merece su propio post.

  • “Paciencia”, de Daniel Clowes

El último volumen que ha publicado Daniel Clowes (en España, de la mano de la editorial Fulgencio Pimentel) es su obra más extensa (175 páginas), la que ha salido con un precio más caro en su primera edición (24,99€ me ha costado, a mí que pagué 6,10€ por la primera edición de “David Boring”) y una de las que más pereza me ha dado acabar. Y eso está bastante mal.
Vale que en la última década (a partir de la aparición de “Ice Haven”) los cómics de Clowes han tendido a madurar, a que sus historias cada vez tengan un ritmo más reposado, una temática más adulta (o al menos que los personajes de mediana edad tienen mayor presencia) y un tono cada vez más sombrío. Pero eso no quita para que prácticamente todos estos cómics me hayan parecido magníficos… no como este, que me ha resultado un tanto peñazo.
El nuevo formato (más extenso, de nuevo a todo color, con espacio para experimentar con viñetas más grandes y otras posibilidades de estructuración de las páginas y, en definitiva, del propio formato de la novela gráfica frente a la monocromía y la narración fragmentada al estilo fanzinero) le ha servido a Clowes para probar un ritmo más reposado, pero las novedades se han quedado ahí. Así que tenemos lo mismo que en sus últimas obras, pero más aburrido.
Y es lo mismo porque la historia es continuista respecto a sus últimos álbumes. “Mr. Wonderful”, “Wilson” y “El rayo mortal” igualmente contaban en tono delirante la historia de sendos varones solitarios y misántropos que se ven obligados a resolver entuertos absurdos en los que siempre está presente la obsesión por un amor imposible o algún otro tipo de situación sexual frustrante. Pero todos estos cómics contaban con un ritmo y una chispa que en “Paciencia” solo aparece de manera intermitente. En fin, que “Paciencia” ofrece lo mismo que llevo viendo en los trabajos de Clowes desde los tiempos de “Bola Ocho”, pero con menos gracia de lo esperado.

  • “Música de mierda”, de Carl Wilson

La pasada primavera llegó a las librerías “Música de mierda” (Blackie Books ed.) acompañado de bastante bombo en la prensa musical. Debido a todo ese revuelo, supongo que ya sabréis que el libro trata de destripar las claves de aquello que se define como buen gusto, y lo hace a partir del estudio de la figura de Céline Dion, artista considerada un jodido espanto por una parte importante de la humanidad, entre la cual me incluyo.
En mis años de estudio me tocó darle unas cuantas vueltas a las bases psicológicas y sociales del gusto. Por eso, me acerqué a este libro esperando una explicación sencilla a la par que graciosa de estos asuntos, en plan divulgación científica para públicos mayoritarios. Pero creo que no van por ahí los tiros.
Sí que el autor analiza el fenómeno Céline desde todos los ángulos que se le ocurren: biografía, fenómeno fan, razones de críticos y detractores… Pero no lo hace desde un espíritu científico (esto es, con una voluntad de sistematicidad y rigor en el análisis), sino más bien como una recopilación de opiniones más o menos fundamentadas intercaladas de experiencias personales de diverso interés. De hecho, en los pasajes en los que Wilson se adentra en diversos estudios que abordan las explicaciones científicas de el gusto pienso que se mete en sitios donde no le apetece entrar y se siente incómodo.
Me llama la atención que el autor exprese en el capítulo inicial que “en un momento en el que todo lo relativo al significado y al objetivo del arte se ha convertido en un asunto turbio, ese ejercicio puede aportar aire nuevo”. Se trata de un pretencioso punto de partida que contrasta con otros pasajes en los que expresa que no se siente capacitado para abordar un estudio de gran calado. Del mismo modo, me sorprende cuando al plantear sus objeciones a las tesis que Pierre Bourdieu expone en el clásico “La distinción” concluye que “su tendencia a culpar al capitalismo moderno de todos los males del modus operandi del gusto es… en fin, muy francesa”. No solo me queda la impresión de que no ha conseguido digerir el pensamiento de Bourdieu (sociólogo de referencia y uno de los grandes pensadores del siglo XX) en toda su complejidad y su densidad, sino que, aparentemente sin ironía, saca a relucir en su crítica sociológica prejuicios de naturaleza semejante a los que intenta desentrañar cuando aborda el tema Dion.
Así que, llegado a este punto, me doy cuenta de que la reflexión más interesante que me plantea “Música de mierda” no viene del análisis de los gustos del público, sino más bien del cambio de paradigma de la crítica musical (y en general de cualquier campo del periodismo cultural): la supuesta eliminación de prejuicios clasistas de moda en los últimos años a menudo funciona como una reordenación de estos prejuicios, que no hacen desaparecer los viejos elitismos, sino que los reafirman a base de aplicarles un barniz de tolerancia cool que enmascara el nuevo snobismo de una vieja clase de listillos orgullosos de pertenecer al gremio profesional de los aprendices de todo y maestros de nada.
Llegado a este punto, podría decir que al menos el libro es ameno y divertido, pero va a ser que no. El autor no parece tener un gracejo excepcional con la pluma, y deja pasar de mala manera varias oportunidades de levantar el ánimo del lector aunque sea a base de carcajadas. Madre mía, ¿pero cómo se han podido desaprovechar de esta manera las cosas que cuenta en el capítulo en el que va a un concierto de Dion en Las Vegas? Así que lo dejo en que “Música de mierda” es un pasatiempo para ser leído sin intención de explorar grandes profundidades, con el que francamente habría disfrutado más si se hubiese planteado no como un libro de 200 páginas, sino como un reportaje periodístico largo.

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