Recuerdo que el día que cumplí 17 años me compré el cómic “Qué horror de apartamento” de Katsuhiro Otomo, y que también alquilé el cd del “Ante todo mucha calma” de Siniestro Total. Me imagino que cuando tienes muy poco dinero y no has acumulado demasiadas cosas en tu vida cualquier pequeño aumento patrimonial queda marcado a fuego en tu memoria. También es cierto que ambos objetos aún permanecen en mi poder, y que me han proporcionado incontables horas de gran gozo. Pero lo importante es que hace 20 años se alquilaban cds. Sí sí, en 1995 por 250 pesetas te lo llevabas a casa por tres días, y ahí podías hacer lo que quisieras con él. Incluso podías devolverlo sin haberlo grabado.
A día de hoy, con la fiebre por el coleccionismo kamikaze, el vinilo y demás, hay una corriente de consumidores que solo aceptan que una persona obtiene un disfrute auténtico con la música cuando posee un ejemplar original del soporte sonoro. Vamos, que si no te compras un vinilo original es como si no hubieras escuchado nunca ese disco. Y bastante gente lo acepta como verdad universal, como un axioma que lleva ahí desde la primera vez que unos humanos se pusieron de acuerdo para golpear palos y piedras mientras otros silbaban y otros daban palmas. Pero es que mucha de la música a la que más tiempo he dedicado y que más me ha marcado en mi vida nunca ha pasado por mis manos en versión original.
La cosa es que en la calle Cervantes de Santander estaba el local de La Araña Digital, un sitio dedicado exclusivamente al alquiler de cds. No tengo ni idea de qué resquicio legal existía para que un negocio así pudiera estar abierto, pero doy fe de que La Araña abrió en 1994, y que funcionó hasta algún momento ya del siglo XXI, cuando supongo que el kazaa o el emule obligó a echar el cierre definitivo.
Tal y como lo recuerdo, el catálogo de discos disponibles en La Araña era enorme. Cuando te hacías socio tenías que comprar un bono por diez discos, y recuerdo perfectamente que en aquel momento yo me tiré de cabeza a por el “Superunknown” de Soundgarden, “Ideia Zabaldu” de Negu Gorriak, “Casa Babylon” de Mano Negra, “Astro Creep 2000”de White Zombie, «Alzheimer» de Def Con Dos, “Dale aborigen” de Todos Tus Muertos, el que comenté al principio de Siniestro o “Bajo Presión” de La Polla Records, que me pareció una mierda y lo devolví sin molestarme en gastar en él la mítica cassette TDK virgen. Pero si dos décadas más tarde permanecen en mi memoria con tanta claridad muchos de estos discos es por todo lo que contribuyeron a forjar mi personalidad musical. O, bueno, mi personalidad en general.
Y lo bueno es que, más allá de las novedades típicas de los 40 principales, se podía encontrar prácticamente cualquier tipo de música. Y, lo que es más extraño, ahí tenían bastantes discos que eran difíciles de encontrar en cualquier tienda real de Santander. Durante los años que frecuenté ese sitio me llevé para casa el “Veterans of Disorder” de Royal Trux, “Solaris” de Photek, “Since I Left You” de Avalanches, “Lift Yr. Skinny Fists Like Antennas to Heaven” de Godspeed You! Black Emperor, “Nixon” de Lambchop, “A Sun That Never Sets” de Neurosis… y una barbaridad de joyazas más que ahora no consigo recordar, pero que no tengo constancia de haber visto en formato físico en ningún otro lugar aparte de aquel negocio.
Aunque, ojo, La Araña no era un sitio especializado en grupazos de culto, ni mucho menos. De hecho, recuerdo que durante un par de años muchos de mis amigos y yo dejamos de ir mucho por allá porque las únicas novedades que compraban eran recopilaciones infernales de bakalao. Pero bakalao bakalao. Vamos, que el techno de Detroit, el rollo de Tresor, el drum’n’bass y las sesiones de Óscar Mulero y Ángel Molina estaban en una sección aparte, en la otra esquina de la tienda. Con bakalao me refiero a recopilaciones chatarreras tipo “Lo mejor del dance”, “Sonido Ibiza”, “Grandes éxitos de Queen en versión Chill Out”, “Caribe Mix 2” y espantos de semejante calibre.
Como ya he comentado, en algún momento La Araña cerró. El local que ocupaba ya ni siquiera existe, porque estaba al fondo del pasillo de una galería comercial que hace siglos que se desmanteló, así que me resultaría difícil explicar a un adolescente del 2015 cuál era la ubicación exacta de este garito. Bueno, en realidad resultaría difícil de explicar casi todo lo que sucedía en torno a ese tipo de sitios (me consta que en Torrelavega existió un negocio semejante que se llamaba “Super Chango”, en una transversal de Argumosa): la emoción de llevarte un disco a casa, grabar una copia para ti y otras tantas para dos o tres colegas, rellenar el tiempo que sobraba con cualquier cosa que encajara, decorar la cinta como mejor fueras capaz, fotocopiar o mangar el libreto, bajar a montar el cristo cuando el disco estaba rayado, e incluso en los últimos años peregrinar a casa del colega que ya tenía grabadora de cds…
Madre mía, qué viejos nos hacemos.
Yo también alquilaba cd’s en la calle santa lucia en los soportales en otra tienda. El resquicio legal era la compra con derecho a devolución … Si bien la compra era parcial … Ya que para llevartelo para siempre tenias que pagar mas.
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