En los dos posts anteriores he empezado a hablar sobre el crecimiento de las diferencias entre distintos aficionados a la música y sobre cómo determinan que una élite esté por encima del resto. Ahora es el momento de comentar algunos ejemplos de cómo la propia industria del entretenimiento propicia la consolidación de estas desigualdades. Ahí van.
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Las ediciones especiales. En 2012, para conmemorar el XX aniversario de la publicación de su primer álbum, Rage Against the Machine lanzaron reediciones en varios formatos, entre los que destacaba una Edición Deluxe que a día de hoy todavía se puede comprar por unos 70€. Por un lado, resulta llamativo que detrás de este lanzamiento se encuentren RATM, un grupo cuyo discurso musical se cimenta sobre consignas anticapitalistas. Por otro, porque el interés musical del producto es bastante limitado: prácticamente todo su contenido estaba disponible desde hace lustros bien de manera oficial o como material pirata de fácil acceso. En fin, que el único sentido que le encuentro a esta edición es el de hacer caja a partir de un material que ya está sobradamente amortizado y de paso dividir a sus fans entre los de primera clase y los que compran la edición corriente. Desde luego que en cualquier tienda de discos se pueden encontrar objetos de coleccionismo de otros artistas a precios aún mayores. Pero, como suele decirse, si esto lo han hecho RATM, qué no harán los demás…
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Merchandising desorbitado. Entras en la web oficial de MIA, pinchas en el apartado MIA x VERSUS VERSACE y ahí tienes la línea de Versace inspirada en la artista birmana. La ropa es muy chula, sí, pero su precio no es de Primark sino de ropa de Versace. Dado que MIA suele proyectar la imagen de representante de oprimidos y desheredados, también en este caso puedo aplicar lo que comenté sobre RATM: si el nombre de MIA está detrás de esto, qué no harán los demás…
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Conciertos exclusivos. En su gira española de otoño de 2012, Wilco optaron por actuar no en salas de conciertos convencionales sino en “auditorios burgueses” como el Teatro Euskalduna de Bilbao o el Liceu de Barcelona. Y el precio de las entradas, en consonancia del status de estos locales, oscilaba entre 50 y más de 100€ en función de lo lejos que estuviera la butaca del escenario. Tampoco han sido los primeros en estrenar esta moda: en la gira de Tom Waits por España del año 2008 las entradas en ningún caso bajaron de los 100€. Incluso allá por el 2001 Björk organizó una actuación en el Liceu (sí, como Wilco) en el que el precio de las entradas rondaba la cifra de 22500 de las antiguas pesetas (unos 135€, vamos). Vaya precios. Y eso que por aquellas fechas no cabía la excusa de que la subida del IVA reducía el margen de beneficio…
En cualquier caso quizás estos sean los ejemplos más descarados, pero no los únicos. En los últimos años se han multiplicado las giras por teatros y ante aforos reducidos, que con la excusa de ofrecer un espectáculo en distancias cortas, en un ambiente selecto en el que se miman los detalles pone entradas a no menos de 40-50€; precios que a menudo doblan la cantidad que se paga por un concierto del mismo artista en una sala de conciertos o en un pabellón. Según la publicidad, estas giras son un regalo para los fans más fieles. No sé si los que acuden a estas citas son los más fieles, pero tengo claro que sí son los que más dinero tienen.
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Abonos VIP. Tradicionalmente los grandes festivales han contado con zonas VIP, espacios reservados a personalidades célebres y otras que no lo son tanto pero con las que la organización guarda algún compromiso que deben recompensar. Desde ahí se puede disfrutar de cuartos de baño limpios y sin colas, de consumiciones a precios más baratos que los del resto del festival y, por qué no, también ver los conciertos sin empujones ni apreturas. Además de que los que estaban ahí dentro se podían mover en un ambiente selecto, ajenos a las miradas de los curiosos.
Lo que es relativamente reciente es que los festivales comercialicen estas entradas de manera masiva. Dado que el acceso a estas áreas ahora queda abierto a cualquiera que se lo pueda pagar, desaparece la idea de “zona de ambiente selecto”, así que el atractivo de estas entradas va a limitarse al acceso a unos servicios de mejor calidad que los de la plebe. O, dicho de otra forma, los VIP tienen derecho a unos servicios mínimos a cambio de un precio desorbitado. Y, lo que es más perverso, se ha conseguido de que parte del público se sienta afortunado de que exista una entrada barata (ejem, de no menos de 120€), aunque ofrezca un producto que somete a sus compradores a un trato infrahumano, que difícilmente pasaría cualquier inspección por parte del Ministerio de Sanidad o del de Industria.
Pues sí señores. Ninguna de estas cosas tiene nada que ver con lo estrictamente musical, pero todas determinan la forma en la que los oyentes se relacionan tanto con la música como con el resto de oyentes. Como ya he ido comentando en los posts anteriores, así se tiende a reproducir y a afianzar reproducir las diferencias entre patricios y plebeyos que se encuentran en todo tipo de ámbitos de la sociedad actual. Y, más a corto plazo, a hinchar las cifras de beneficios de la industria del entretenimiento. Cada vez está más presente en el lenguaje publicitario la estética rock como sinónimo de libertad y de emancipación personal. Pero la realidad es que el mundo de la música se encuentra cada vez más mercantilizado, y sus seguidores se encuentran más atados a las imposiciones de la industria.
Después de estos tres últimos posts, solo me quedaría dejar un par de conclusiones finales y otro par de reflexiones. En breve se leerá en el próximo post. Prometo que esta vez no tardaré en publicarlo.
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sólo un apunte. 😛 Hablo de memoria, pero diria que lo de la última gira de wilco en bilbao fue en el Euskalduna
Pues acabo de comproblarlo y va a ser que tienes razón. Ya lo he editado 🙂 ¡Muchas gracias!
Michael Gira en el Teatro Lara por 16,50 en segunda fila. Wilco pa’ quien lo quiera.