El glamour. No conozco a nadie que sepa definirlo con exactitud, pero todo el mundo tiene claro que entre el star system de Hollywood hay mucho glamour. Generalmente las grandes estrellas alcanzan el glamour a base de interpretar papeles en los que han de meterse en la piel de personas corrientes, que a menudo no poseen un glamour especial. Pero una parte de lo que se estrena en cines comerciales simplemente se regodea en lo guapos y lo majos que son aquellos que tienen glamour, y en general en lo bien que vive la gente que vive muy bien. En estas películas no se plantean conflictos demasiado graves ni complejos ni dilemas morales dignos de ser tomados en serio. Se limitan a retratar la superficie de ese mundo idílico en apariencia al que solo tiene acceso la gente de clase adinerada. Y también hay un sector de la audiencia, generalmente personas que ostentan un estatus de pijos o que al menos aspiran a ser pijas, a quienes les encanta este tipo de cine.
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El núcleo duro del cine pijo
Se trata de películas cuya finalidad principal consiste en deleitarse con el glamour. Se limitan a exhibir actores consagrados que se interpretan a sí mismos y que hacen ver a la audiencia lo mucho que se gustan. Se las puede reconocer de lejos porque en los pósters promocionales solo aparece la estampa reconocible de sus protagonistas en un entorno indefinido, con lo que no cuentan nada sobre lo que ofrece la película pero indican de forma manifiesta que quienes aparecen en la película son guapos y viven bien.
Robert de Niro es uno de los fijos en este tipo de pelis, entre una caterva de estrellas oscarizadas como Halle Berry, Morgan Freeman, George Clooney… actores que lograron un reconocimiento popular supuestamente basado en sus dotes interpretativas, pero en cuyas filmografías cada vez ocupan una porción mayor los papeles en los que se limitan a figurar como gente guapa.
«Noche de fin de año» (2011) y “Plan las Vegas” (2013). ALERTA: detector de carteles de pelis pijas activado.
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El cine para pijos genérico
Más allá de este sector hardcore, es fácil encontrar otras manifestaciones en las que el pijerío se muestra de forma más refinada. Películas que se disfrazan de cine de género, pero que finalmente no son más que una excusa para exhibir pibones, chulazos, y coches y casas de lujo. Pondré un ejemplo: según la promoción “Runner Runner”(2013) o “Esto es la guerra”(2012) serían thrillers (o más bien lo que aquí llamo Cine de atracos/secuestros/asociaciones de malhechores); sin embargo, en ninguna de estas dos pelis apenas hay trama sólida, solo presentan una sucesión de escenas en las que los protas lucen ropas caras, están en sitios caros, hablan sobre cosas caras y hacen cosas que no están al alcance del bolsillo de alguien de clase obrera. Lo peor es que sus pósters las delatan.
Hay ocasiones en las que adaptaciones de obras literarias son absorbidas por el entorno del cine pijo. Para que esto suceda, por supuesto, han de ser novelas que permitan reflejar todo el lujo y el buen gusto de la aristocracia, a cuyo fin se dedicará un gran dispendio en el diseño de producción. En los últimos años este fenómeno se ha visto de forma bastante evidente en películas como «Retorno a Brideshead», «El Gran Gatsby», «Ana Karenina»… que llegan a resultar bastante estomagantes si se intenta buscar en ellas algo más que un catálogo de artículos y formas de vida para gente adinerada.
También entrarían en este saco las biografías de personajes de la alta sociedad. Os podéis imaginar lo que pienso que va a salir de “Diana”, la adaptación de la vida de la princesa del pueblo que se estrena en unas semanas, ¿no? Pues no lo voy a repetir.
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Excepciones
Ojo: no todas las películas que cuentan desde dentro las vidas de pijos entran dentro del saco de lo que yo llamo cine pijo. O al menos no comparten la ranciedad de la mayoría de las pelis de este envase. Por ejemplo, “Juerga hasta el fin” (2013), la comedia en la que un puñado de grandes estrellas de Hollywood tratan de sobrevivir al Apocalipsis refugiados en sus lujosas mansiones y mientras se atiborran a comida, bebida y drogas carísimas. Según estas premisas la película encaja perfectamente en el marco del cine pijo que he descrito más arriba; sin embargo, cuenta con las suficientes dosis de autoparodia y de crítica a las formas de vida de las estrellas del celuloide que no queda más que dejarla fuera de este saco.
Otro ejemplo sería el de Sofia Coppola. Su sangre pertenece a uno de los grandes linajes de Hollywood (no solo es hija de Francis Ford Coppola, sino también prima de Nicholas Cage, hermana de Roman Coppola, pariente de un puñado más de personalidades de Hollywood, ex-esposa de Spike Jonze y en la actualidad mujer de un tío cuyo nombre ahora no recuerdo pero que canta en el grupo de rock pijo Phoenix), y, por haber ejercido de pija fuera de la gran pantalla casi desde su nacimiento, lo suyo es que fuera una figura del cine pijo. Pero el público que habitualmente consume cine pijo se ha visto defraudado una y otra vez por esta muchacha: “Lost in Translation”, “Maria Antonieta”, “Somewhere” o “The Bling Ring” son catálogos de las formas de vida y los hábitos de consumo propios de los estratos más altos de la sociedad, pero por su complejidad formal (opuesta radicalmente a la banalidad y la nadería del núcleo duro del cine pijo) y las altas dosis de crítica a la vacuidad de estas formas de vida hacen que, pese a las apariencias, sus películas nunca encajen en el envase de cine pijo.
Y, a pesar de todo, nadie como ella ha conseguido retratar las miserias del mundo de los pijos del siglo XXI. Así que brava, Sofía!
Paris Hilton y Sofia Coppola: pijas, pero no de esas.
Llama la atención que en el mismo fin de semana se hayan estrenado “The Bling Ring” (Sofia Coppola, 2013) y “El Mayordomo” (Lee Daniels, 2013), y que mientras la primera se ha vendido como una crónica del pijerío la segunda se ha publicitado como una historia social de la reivindicación de los derechos civiles. El caso es que el discurso de la segunda es bastante conservador y que por su estilo carcamalesco, su plantel de actores pijos (¡incluidos Mariah Carey y Lenny Kravitz!) y por su discurso político completamente institucionalista resulta difícil no encuadrarla dentro del cine pijo. Desde luego, de forma mucho más clara que “The Bling Ring”. Así que llegaría también el momento de reflexionar sobre la propia ranciedad de la prensa cinematográfica, totalmente autocomplaciente y plegada a los sectores más aburridos y, sí, también más pijos de la industria del cine.
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El público
La parte más visible entre los espectadores de estas películas la forman mujeres. Se puede ver por las salas en las que se proyectan películas pijas a féminas de casi cualquier edad y extracción social, excepto mujeres con aspecto punk (o al menos no punk de Inditex), lesbianas, feministas o militantes en movimientos de izquierdas.
Las mujeres pueden acudir solas o en grupo, y en ocasiones se las ve acompañadas por su pareja heterosexual. Generalmente, si la pareja tiene un aspecto pijo irá con gusto al cine; pero novios con chándal, armarios de gimnasio y demás hombres de virilidad menos refinada habitualmente se acercan a la sala con cara de resignación, de vergüenza o incluso mostrando visiblemente rechazo por la película elegida. A menudo este conflicto se zanja con el clásico “la próxima vez escojo yo la película”, con lo que la situación se repetirá al cabo de una semana cuando la fémina va a rastras a ver una película de macarras o de asociaciones de malhechores.
También es habitual que se acerquen a estas películas gays glamourosos. Vamos, aquellos que solo se preocupan por parecer guapos y limpios, sin mayores preocupaciones estéticas ni éticas.
Y, en general, se puede encontrar en estas películas a un batiburrillo indefinido de gente de diversa condición cuyos únicos denominadores comunes serían o bien la admiración por esos actores que tanto salen en los programas de televisión y en las revistas del corazón, o bien el anhelo de vivir en un mundo de lujo y glamour que nunca encontrarán en el entorno rural o la urbanización de extrarradio que habitan.
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Conclusión
Por si alguien no se había dado cuenta, este es uno de los envases de cine que me provocan mayor espanto. Esa es mi conclusión.
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