Durante las últimas semanas he estado bastante ocupado repasando la historia de la ciudad de Santander. Efectivamente, es por eso que he tenido algo abandonado el blog, que es algo que sé que os tenía muy preocupados a todos. Aunque, mirando el lado bueno, también me ha servido para refrescar muchos datos inútiles de esos que se me suelen quedar pegados en la memoria, y que sin duda inspirarán grandes posts en un futuro. Pero de momento me ha hecho recordar lo estéril que ha sido la historia de la muy noble y siempre leal y decidida ciudad de Santander, a pesar de la imagen de bienestar y opulencia de las que sus habitantes gustan alardear. La economía lleva en declive desde mediados del siglo XIX, y la cultura local tampoco es que haya dado figuras como para tirar cohetes.¿José María de Pereda? ¿Marcelino Menéndez Pelayo? ¿Concha Espina?¿José Antonio Giménez-Arnau? ¿Álvaro Pombo? ¿Joaquín Leguina? Buf, ¡qué pereza todos, madre mía!.
Pero bueno, no todo el panorama va a ser tan nefasto: al menos he encontrado dos facetas en las que mis convecinos destacan frente a los oriundos de otras ciudades. Una de ellas es la habilidad para enviar fotos bonitas a los programas de El Tiempo en televisión. No hay día en el que no aparezcan en alguna emisora imágenes de amaneceres en Mataleñas, nubes sobre la península de la Magdalena o atardeceres desde la bahía. Prueben a verlo, nunca falla.
La otra faceta, la que más me impresiona, es la capacidad para morir a lo grande. El mismo escudo de la ciudad ya hace referencia a ello, con esa imagen de las cabezas cortadas de los santos mártires Emeterio y Celedonio flotando en el cielo. Y a lo largo de su historia la ciudad se ha distinguido por haber sido escenario de varias hecatombres ciertamente memorables. Porque la muerte es una circunstancia que se presenta de manera cotidiana en todos los lugares en los que residen seres vivos, así que contar un cementerio rebosante de cadáveres no tiene ningún mérito especial. Pero la cantidad de santanderinos que han fallecido en grandes masacres se muestra desproporcionada respecto a la población que cabe en un sitio pequeño como este. Y esto no parece fruto de una serie de desafortunadas casualidades, sino que apunta a que existen algún tipo de condiciones favorables para que la gente muera con mucha fuerza. No estoy seguro de qué condiciones son estas, pero seguro que existen
En cualquier caso, voy a hacer un repaso a las matanzas que considero más destacables. Por cierto, dejo fuera de esta lista a la peste que en 1497 terminó con la vida del 75% de los habitantes de la ciudad. Entiendo que a lo largo del llamado Antiguo Régimen este tipo de epidemias se sucedieron de forma cíclica en todo el planeta. Al fin y al cabo, lo que quiero resaltar aquí son muertes guapas guapas y exclusivas, no las que se pueden encontrar en los libros de historia de cualquier otra ciudad del mundo. Y estas cuatro son mis favoritas.
- El 24 de septiembre de 1868 morían asesinadas 505 personas en Santander. “La Gloriosa”, el alzamiento republicano contra el régimen de la reina Isabel II, consiguió que las autoridades militares isabelinas de la ciudad y los miembros del ayuntamiento abandonaran sus cargos, con lo que el 21 de septiembre de ese año se instauró una nueva Junta de Gobierno. Pero tres días después, el general Calongue, respaldado por 3000 soldados afectos a la monarquía y dos piezas de artillería, comenzó la represión contra el gobierno revolucionario. Así que el 24 ajusticiaron a 505 personas en una masacre horrible y especialmente absurda, ya que apenas una semana después las tropas huían de la ciudad al ver que la resistencia isabelina se desmoronaba en el resto del país, la reina se veía obligada a abandonar España y comenzaba lo que ha venido a llamarse el sexenio democrático.
- El 3 de noviembre de 1893 fallecieron unas 590 personas como consecuencia de la explosión del carguero Cabo Machichaco. Se trataba de un barco utilizado para el transporte de mercancías entre Bilbao y Sevilla, que sufrió un aparatoso incendio mientras se encontraba amarrado en el muelle de Santander. Este suceso atrajo a una gran muchedumbre que se reunió en la zona del puerto para contemplar los intentos de sofocar las llamas de la embarcación. El caso es que las bodegas del barco iban cargadas de 51 toneladas de dinamita y varios garrafones de ácido sulfúrico, que al parecer habían sido ocultados a la autoridad portuaria. Así que cuando estos productos entraron en contacto con las llamas se produjo una potentísima deflagración, acompañada de una gran tromba de agua de mar. Muchos murieron debido a la explosión y los cascotes que salieron disparados del navío. Muchos otros lo hicieron arrastrados por la fortísima ola que se produjo. Murieron gentes de todas las clases sociales, entre ellos buena parte de las autoridades locales, que en el momento de la explosión se encontraban supervisando el incendio desde una embarcación cercana. Los libros de historia señalan que se trata de la mayor tragedia civil ocurrida en España durante el siglo XIX.
Para redondear la catástrofe, el 21 de marzo de 1894 fallecieron otras 20 personas debido a la nueva explosión que se produjo durante los trabajos para reflotar los restos de barco hundido en la bahía.
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El 27 de diciembre de 1936, en plena Guerra Civil, fallecieron unas 64 personas durante un bombardeo aéreo sobre la ciudad. Alrededor de las 3 de la tarde de ese domingo varios aviones Junkers del ejército alemán descargaron sus bombas sobre distintos objetivos civiles de la ciudad, como el Barrio Obrero del Rey o los campos de fútbol cercanos a las instalaciones de La Campsa en La Marga. Por entonces la red de refugios antiaéreos aún no estaba completamente desarrollada, y parece que buena parte de la población no se molestó en correr hacia ellos, ya que los vuelos de reconocimiento habían sido frecuentes en las semanas anteriores y no se veía a estos aviones como una amenaza real.
A lo largo de los meses siguientes se sucedieron los bombardeos con cierta frecuencia, hasta que se detuvieron con la toma de Santander por las tropas nacionales en agosto de 1937. En cualquier caso, aunque algunos de ellos causaron bastantes víctimas (se habla de que el 10 de agosto fallecieron otras 34 personas por los artefactos que cayeron en la zona de San Martín), ninguno de ellos se saldó con una jornada tan sangrienta como la que comento aquí.
Porque ese 27 de diciembre las míticas escenas de confusión inicial dieron paso a un estallido de ira incontrolada que dirigió a una muchedumbre al buque prisión Alfonso Pérez, que se encontraba amarrado en el muelle. El asalto al barco se saldó con 160 prisioneros asesinados, de los 1000 que allí se encontraban encerrados. Y a esto se le pueden sumar varios casos aislados de personas asesinadas en distintos puntos de la ciudad, sospechosas de simpatizar con el bando nacional. En total, doscientas y pico personas masacradas en un solo día.
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El 15 de febrero de 1941. Se produjo el incendio que arrasó con el casco histórico de la ciudad. En este caso el recuento de bajas no es tan abultado como en los anteriores: solo está documentada la muerte de un bombero que trabajaba en la extinción del fuego. Pero me parece destacable como ejemplo del potencial autodestructivo de la ciudad.
El origen de las llamas estuvo en un pequeño fuego en un domicilio de la Calle Cádiz, que pronto se propagó por todo el edificio y que se alió con un viento sur huracanado que propagó el incendio a gran velocidad. La ciudad estuvo ardiendo durante casi dos días. Mi abuela Isabel, que fue testigo del incendio desde las afueras de la ciudad, contaba el fuego y el cielo teñido de rojo mostraban un aspecto infernal, parecido al de la portada del “Reign in Blood” de Slayer. Tirando de Wikipedia, veo que 10.000 personas se quedaron sin hogar, y hubo que reconstruir la mayor parte del centro de Santander, que quedó reducido a cenizas después de la catástrofe.
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