¿No lo has oído? Internet se está corrompiendo. Ya no es el paraíso de libertad y cooperación entre colegas que encontraste la primera vez que te conectaste a la red. Cada día que pasa se parece más a los guiones de Black Mirror: solo suceden cosas malísimas que si las miras fijamente te convierten en peor persona (más concretamente en gamer supremacista, incel negacionista o terfa rojiparda) y, en cuanto te descuidas te roban la contraseña de la cuenta del banco.
Parece como si últimamente todo el mundo estuviera muy preocupado por este asunto. Pero lo cierto es que no hay tanta gente que lo esté. De hecho, la mayoría de los comentarios que encuentro en este sentido llegan desde usuarios que pasan buena parte de su tiempo conectados a la red. Y, generalmente, están ahí de forma voluntaria: emplean su tiempo libre en entrar a internet para quejarse de internet.
Que algo de esto malo sí que hay. De hecho me desanima bastante encontrar todo lleno de clickbaits con menos gancho que un tocomocho, contenidos anodinos aunque correctamente optimizados al gusto del algoritmo de turno, trolls feos, bots malísimos, columnistas perogrulleros y tertulianos de baja estofa. Pero no me gusta olvidar que internet es un entorno lleno de personas divertidas y creativas que se dedican a hacer cosas guays que no solo entretienen, sino que muchas veces consiguen que la vida de la comunidad internáutica sea un poquito más agradable. Al fin y al cabo yo también soy la gente, y tú que tanto te quejas también eres la gente.
Así que si solo eres capaz de encontrar cosas feas y gente mala, a lo mejor es que no lo estás utilizando nada bien. O a lo mejor es que la mala gente eres tú.
Por eso voy a dejar por aquí unos pocos tips rapidines para recordarme a mí mismo que no merece la pena amargarse cada vez que te cruzas con un idiota por internet.
Ni antes había menos libertades que ahora, ni la gente se indigna ahora más por todo. Y, seguramente, tampoco lo contrario.
Vaya manía más fea esta de utilizar indicadores basados en experiencias subjetivas para sacarse de la manga grandes reglas universales que, casualmente, siempre vienen a justificar que tu opinión es siempre la correcta y los demás son gilipollas. La Historia sirve conocer las cosas que han sucedido en el pasado; lo de valerse de eso para extraer de ella moralejas y miserias que tirar a la cara a los que tienes a tu alrededor es ya un añadido que, por norma general, no indica necesariamente que conozcas demasiado sobre ese pasado, pero sí demuestra que estás podrido de resentimiento.
Además, Capitán Aposteriori, resulta muy cómodo culpar al mundo por echarse a perder al no haber tenido en cuenta todas esas cosas que tú ya sabías antes que los demás. Sobre todo cuando esa cháchara no es más que una manera de no reconocer que tú mismo eres el que está estropeando todo.
Internet no se ha echado a perder desde que hordas de trolls y bots invadieron Facebook y Twitter.
A lo largo del último cuarto de siglo he pasado por los foros de telnet en la universidad, los foros de Melodysoft, la era de las cadenas de correo, el Myspace, el Fotolog, las secciones de comentarios de los periódicos online… Todos estos sitios acabaron anegados por la basura telemática. La mala gente y la inmundicia campan por internet casi desde que empezó a funcionar. Quizás a día de hoy la actividad de la creación de mierda y mal rollo está algo más profesionalizada, pero tampoco plantea desafíos muy diferentes a los de toda la vida. Y el caso es que a estas alturas considero que ya he adquirido destrezas suficientes como para esquivar fangales y no dejar que bichos feos me arrastren hasta el fondo. Hace falta tomar buenas precauciones, pero sé que se puede sobrevivir ajeno a ese infierno del odio.
El acceso masivo a contenidos digitales no ha matado al underground.
Hace 25 años los discos más guays nunca llegaban a la sección de discos del Carrefour ni sonaban en Los 40, los multicines de tu barrio tampoco estrenaban las pelis más audaces y los cómics más cafres no solían estar a la vista en el kiosko de enfrente de tu instituto. Claro que a día de hoy Amazon, Netflix o Spotify son muy cómodos de usar, pero si lo que buscas son contenidos que vayan más allá de lo que se considera para todos los públicos… igual tienes que buscar en otros sitios y consultar a gente distinta. Vamos, lamentarte menos porque la gente no te acerque sus movidas hasta la puerta de tu casa y currarte tus búsquedas un poquito más.
A menudo tengo la sensación de que casi todo lo malo de las Redes Sociales también está presente en la parrilla de programación de Antena 3, y me hace resulta gracioso darle vueltas a las analogías y los puntos de contacto que existen entre estos mundos. Amarillismo informativo, comentaristas sin gracia, tertulias carcas, series que parecen obras de teatro de fin de curso de primaria, fúmbol fatal explicado, los Javis de invitados en todos los programas de variedades… De hecho, Susana Griso, Pablo Motos o Josep Pedrerol son Trending Topic de Twitter a diario. Hace siglos que los contenidos de estos programas tienen más vida en las redes sociales que a través del propio televisor.
Pero, en fin, si nunca veo nada de Antena 3 y no tengo constancia de que lo que se programa ahí influya en absoluto en mi vida, ¿por qué debería preocuparme de que estas ranciadas estén presentes en internet?
- PD 1– Este verano terminé de ver la sexta temporada de Silicon Valley. Es una de las comedias más guays que me he encontrado en bastante tiempo: tiene guiones con mucha gracia, personajes increíbles y habilidad para plasmar (y criticar) de forma bien clara el mundo de las startups, de las grandes empresas tecnológicas y de las gentes que hacen su vida en ese entorno. Si hasta la imagen de la cabecera de la cuarta temporada es una ilustración de Daniel Clowes. Memorable.
- PD 2 – cuando comenté El enemigo conoce al sistema de Marta Peirano ya comenté que hay bastantes cosas con pinta fea en el funcionamiento de Internet, pero tampoco creo que estos monstruos sean invencibles. Al fin y al cabo, su funcionamiento se sostiene sobre unas máquinas que fallan más de lo que les gustaría admitir a sus creadores, y sobre las decisiones de unos pocos cerebrines que no parecen darse cuenta de las limitaciones de su concepción totalitaria del conocimiento científico y del funcionamiento de su propia cabeza de alcornoque.