Kraftwerk: Yo fui un robot, de Wolfgang Flür

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Muchas ansias de leer es lo que he debido de tener en los últimos días cuando he devorado a toda velocidad un libro que no me ha convencido demasiado. Porque Yo fui un robot, la autobiografía del ex Kraftwerk Wolfgang Flür, me ha parecido regular tirando a muy floja. Supongo que me ha vencido el mono de lectura, después de unas cuantas semanas sin prestar atención a ningún libro. Aunque también tendrá algo que ver que Kraftwerk sean una de mis mayores obsesiones musicales, y que apenas exista bibliografía sobre la banda.

Wolfgang Flür se incorporó a Kraftwerk en los momentos previos a la grabación de Autobahn (1974), y permaneció en la formación hasta 1987. Nunca formó parte del núcleo central creativo (el que conforma la pareja Ralf Hütter y Florian Schneider), pero participó (al igual que Karl Bartos) en todo lo que la banda hizo durante su época más fértil.

Kraftwerk siempre se han mostrado herméticos en su comunicación con el público, así que la aparición de este libro (publicado por primera vez a finales de la década de los noventa en Alemania) se convirtió en un pequeño hito al dejar al descubierto las entrañas de un grupo siempre enigmático. En ese sentido, hay varios aspectos sobre los que Yo fui un robot ofrece información suculenta. En especial me quedo con los pasajes que describen la forma de trabajar y crear música en Kraftwerk, las dificultades técnicas con las que se encontraba el grupo, y los ingenios que les permitían materializar sus ideas en el estudio o en el escenario. También se presta bastante atención a las relaciones y los juegos de poder entre los componentes de la banda: la amistad que reinó dentro del grupo durante los años setenta, que se fue enturbiando durante los ochenta, y que derivó en el rencor indisimulado desde mediados de los noventa. Además se repasan algunos momentos más amenos, como las aficiones extramusicales (las polaroids, el ciclismo, enredar con cachivaches mecánicos o electrónicos), las fiestas o las aventuras sexuales de los cuatro de Düsseldorf.

Pero hasta ahí llegan las cosas buenas del libro. Porque junto a estas partes interesantes yacen páginas y páginas repletas de anécdotas intrascendentes, chistes sin gracia (¡el tío es muy soso!), descripciones innecesarias y reflexiones anodinas. Además de que la redacción descuidada es una constante tanto en las partes buenas como en las malas, lo que hace que la lectura se mantenga todo el rato un tanto espesita.

Por otro lado, el tercio final del libro (lo que viene a ser la segunda y la tercera parte) supone un añadido de Flür posterior a la edición original. Y digo que supongo porque la gente de Editorial Milenio (los responsables de la edición en castellano) se olvidaron de dar detalles sobre el asunto. Bueno, pues en estas páginas se presentan distintas reacciones que despertó la primera edición del libro. Las crónicas de eventos promocionales que él mismo protagonizó y las citas largas de algunas de las críticas positivas que aparecieron en la prensa me han resultado bastante inaguantables. Más interés tiene lo relacionado con el intento de veto al libro por parte de Ralf y Florian, demanda judicial mediante; al fin y al cabo esto no deja de ser parte de la historia de Kraftwerk. Sin embargo, la cantidad de páginas que emplea en describir el mal rollo creciente y en justificar su postura termina por hundir este Yo fui un robot en el pozo de los coñazos.

El caso es que lo he leído a toda velocidad, como si en realidad me estuviera gustando mucho. Ya digo que quizás haya sido el ansia por leer. O quizás es que me estoy acostumbrando a leer cosas que no me gustan. Porque durante este 2017 han caído ya unos cuantos libros maletes. En fin, creo que debo poner más cuidado al escoger mis lecturas si quiero dejar de perder el tiempo.