La nueva película de Jeremy Saulnier ha pasado por las carteleras un poco sin pena ni gloria… bueno, en realidad ha pasado más o menos de la misma forma que pasaron por las salas de cine las anteriores películas del director. En fin: estreno en una fecha un poco tonta (el 6 de junio, en una época de tiempo muerto cinematográfico, entre el final de la primavera y el inicio de las vacaciones de los estudiantes), distribución justita y promoción escasa… poco se puede hacer para levantar eso. El caso es que “Green Room” cuenta con bastantes puntos que la hacen muy atractiva: un nivel de calidad extraordinario si se la compara con el –terrible- cine de terror que suele llegar a salas comerciales, guion con las suficientes matices y vueltas de tuerca como para propiciar varios revisionados, tensión bien alta durante todo lo que dura el film, bonitos guiños al gore… Incluso tiene méritos para agradar a los necrófilos: su protagonista Anton Yelchin falleció el 19 de junio, hace menos de un mes.
Pero yo no me abrí un blog para hacer críticas de cine. Así que lo que ha hecho que esta película me haya interesado como para hablar de ella en Spam de Autor es su primera parte, en la que ofrece un retrato de la vida en la carretera de una banda de punk underground. Y además en su forma más ruin y al mismo tiempo heroica. La del grupo que no se come nada, al que nadie va a ver a los conciertos, al que los promotores timan, el que se come miles de kilómetros de carretera prácticamente sin rumbo, sin dinero para comida, para gasolina ni para nada, en busca del siguiente sitio infecto en el que les permitan enchufar los amplis y tocar… Lo que viene a ser la música (en este caso, el hardcore punk) como forma de vivir y de morir.
Así que la primera parte de “Green Room” refleja mejor que cualquier otro documental que yo recuerde el tema lo que es la vida en la carretera de una banda underground. Sí sí, mejor que «American Hardcore«, mejor que «The Decline of Western Civilization«, mejor que «The Story of Anvil«. Muy Recomendable.