El 10 y el 11 de abril se ha celebrado en el Palacio de la Magdalena de Santander el I Congreso de Periodismo Cultural, un encuentro dirigido a profesionales del sector. No sé si mi extraño contrato a tiempo parcial me da permiso para colgarme la medalla de profesional, pero allí me planté sin tener muy claro lo que me iba a encontrar. Y aquí va un resumen de lo que he visto y he oído.
He asistido a nueve de las mesas redondas (no pude quedarme a la décima y última porque tenía que salir a ejercer la profesión, esto es, a cubrir un evento). En ellas han quedado expuestos algunos proyectos e ideas muy ilusionantes dentro de lo que se mueve a día de hoy en el Periodismo Cultural; pero sobre todo se ha visibilizado la desorientación en la que se halla sumida el medio. O, más bien, la manera en que los responsables de muchos medios tradicionales se aferran al timón de un barco que se debate en medio de un tsunami, mientras los pasajeros –el público- hace tiempo que han escapado en botes salvavidas y a lo mejor de su tripulación –los periodistas con más talento- se les ha arrojado por la borda.
En cualquier caso, también ha quedado en evidencia que no hay una única jerarquía dentro del periodismo, sino que coexisten múltiples relaciones de poder que se entrecruzan en un tenso entramado. Ahí se encuentran dinosaurios que dirigen viejos periódicos impresos, que ejercen su autoridad despótica sobre todos los que están bajo su mando; muchos de los medios tradicionales, empeñados en neutralizar los avances del periodismo digital; los guardianes de la alta cultura mainstream, que custodian los dogmas de fe en Haruki Murakami y Paul Auster, mientras desprecian y arrinconan cualquier otro paradigma estético y pierden las maneras a la hora de despreciar las otras culturas, bien sean las que representan Beyoncé y Rihanna, los videojuegos, el deporte o la gastronomía; los medios de Madrid y Barcelona, que trabajan siempre de espaldas a lo que sucede en el resto de provincias; la lengua española que niega su espacio al resto de idiomas del estado; los hombres que han bloqueado el acceso de las mujeres a los puestos de responsabilidad; los viejos que rechazan cualquier evidencia de que se han quedado viejos; algunos periodistas que reivindican su imperio al practicar un periodismo en contra del público; y la audiencia que ejerce su legítimo poder soberano cuando castiga con su arbitraria indiferencia a la mayoría de los contenidos culturales.
Los malos momentos del Congreso han resultado descorazonadores. Por ejemplo, los participantes de la mesa “Crítica literaria y periodismo cultural: disputas familiares” (entre ellos gente como Berna González Harbour, editora del suplemento Babelia de El País, o Guillermo Busutil, director de la revista Mercurio) exhibieron una terrible falta de respeto por el público, por la literatura y por la profesión periodística; y todo ello bajo la (in)moderación de un Juan Cruz (dirección adjunto de cultura en El País y habitual en distintas tertulias televisivas) encantadísimo de conocerse. Del mismo modo que a lo largo de la mañana del viernes Martín Caparrós intervino en incontables ocasiones solo para demostrar lo alejado que se encuentra de la realidad más mundana de la práctica periodística.
Queda claro que la parte más desagradable del evento la puso el desfile de estómagos agradecidos. Tan agradecidos como quedó el mío después de los opíparos desayunos con que la organización agasajó a todos los asistentes. Que fueron realmente deliciosos, pero que espero que no se hayan pagado con dinero de las endebles arcas del consistorio santanderino, que ejercía como patrocinador del evento.
Por fortuna también se han vivido momentos muy ilusionantes. Ahí estuvieron las intervenciones de Peio H. Riaño (redactor jefe de cultura en El Confidencial), quien cargó contra la corrupción de la casta periodística, en la misma línea en que se expresó Marta Peirano (directora de cultura de ElDiario.es); una degradación que no solo refleja sino que sobre todo multiplica el envilecimiento social reinante. O María Jesús Espinosa de los Monteros García y Olga Ruiz de El Extrarradio, que defendieron la opción de huir fuera de los límites de la vieja y aparatosa industria periodística como vía para sobrevivir sin dejar de crear. O Guillermo Balbona de El Diario Montañés, que realizó una intervención heroica (casi suicida) en la que cargó contra sus jefes, el periódico en el que trabaja y el grupo editorial al que pertenece, la UIMP (organizadora del evento), las políticas culturales de Santander y por momentos casi contra sí mismo.
Todos ellos expusieron los riesgos que acechan a la profesión, pero también defendieron el ejercicio del periodismo como forma de activismo, algo que en palabras de Balbona consiste en bajar cada día a los infiernos, cubrirse de detritus, apretar los dientes, gritar y pelear por sobrevivir. Y hacerlo lo mejor que uno sea capaz y le dejen, ya que lo que salga publicado va a llevar tu firma y lo vas a tener que defender en la calle.
En fin. Ha sido un congreso con una programación incompleta y llena de sesgos, en la que medios tradicionales en franco declive han estado sobrerrepresentados. Por otro lado, la intervención de periodistas musicales se ha limitado a Tomás Fernando Flores (director de Radio 3). La presencia de especialistas en cine ha sido nula, así que se puede imaginar que tampoco se ha escuchado ninguna voz especializada en campos aún menos populares. Y la difusión y la interacción a través de las redes sociales ha tenido un papel anecdótico tanto en las mesas redondas como en el propio desarrollo y la comunicación del evento.
Sebastián Coll, el director del Congreso, admitía con orgullo que no tenía ni idea de lo que significa convertirse en Trending Topic, aunque tampoco se ruborizó al cargar la culpa de la mala situación del gremio sobre la dictadura del fútbol (sic). Estos son solo un par de detalles que recuerdan que he asistido a un Congreso de espíritu carca,igual que el del Palacio de la Magdalena, el de la UIMP, el del Ayuntamiento de Santander y el de la Editorial Santillana, que han sido los patrocinadores del evento. Quizás por eso quienes más han brillado han sido los que han defendido el ejercicio de un periodismo a la contra. Pero bueno, supongo que habrá que agradecer que se hayan aliado las urgencias de un alcalde en precampaña electoral y las ganas de algunas momias por pasar unos días de vacaciones pagadas para que pobres diablos como yo hayamos tenido la oportunidad de contemplar de cerca la podredumbre que reina en los medios de comunicación… ¿o no?