Veo que los titulares sobre el fallecimiento de Jess Franco se difunden a toda velocidad entre las cabeceras de los grandes medios de prensa españoles. Cuando me enteré de la noticia esta mañana pensé que no era momento de escribir una reseña sobre él en el blog, porque apenas he visto una decena de sus películas y me parecía que iba a parecer algo un tanto oportunista. Pero después me he parado a pensar en las pocas veces que se ha hablado de forma seria sobre su obra en estos medios, y en que a pesar de que prácticamente todos los periódicos han lanzado en los últimos años antologías en dvd de lo mejor del cine español, estas nunca han incluido ninguna de las 180 películas que dirigió. Entonces, si yo sí que he pagado por cada película que he visto del tío Jess mientras esta gente pasaba olímpicamente de él, creo que tendré mejores cosas que decir que ellos.
Lo cierto es que sobre todo he disfrutado de cosas en las que Jess no fue el responsable directo. Ahí estaría su papel en “Karate a muerte en Torremolinos” de Pedro Temboury, una película que he perdido la cuenta de cuántas veces he podido ver. O su intervención en “El extraño viaje” de Fernando Fernán Gómez, una de mis películas españolas preferidas de todos los tiempos. O el vídeo de “Himno Generacional #83” de Los Planetas, que, por cierto, fue vetado en su momento en Canal + (por aquel entonces en el resto de cadenas prácticamente ni se emitían vídeos musicales). De hecho la primera película de Franco que vi fue “Killer Barbies” en la sala grande de los desaparecidos Cines Coliseum de Santander. Me acerqué con un par de amigos, atraídos en parte por la carnaza de Silvia Superstar, y en parte por todo lo que habíamos leído sobre él en revistas de cine raro y en fanzines. Porque ahí aparecían las pocas páginas que mencionaban con respeto a Jess Franco (si exceptuamos, curiosamente, los escritos firmados por Javier Marías, pariente del finado y gran defensor de su obra). Lo cierto es que ya fue algo excepcional que aquella película contara con una distribución masiva en 1996. Franco nunca ha sido un director apreciado dentro de la industria del cine. Y en los ámbitos académicos siempre se le ha mostrado una cierta cortesía, aunque solo fuera por haber colaborado en algunas de las últimas películas que firmó Orson Welles. Pero generalmente se ha hecho en un tono condescendiente y muy pocos han declarado públicamente que él fuera uno de los suyos. Así, es de valorar la devoción pública que siempre han profesado Santiago Segura o Álex de la Iglesia, pero la lista de sus fans no va mucho más lejos.
Supongo que tampoco debería extrañar a nadie que esto haya sido así. Y tampoco creo que esta noche TVE programe ningún homenaje a su carrera. Franco fue un director de cine barato que hacía películas sobre temas vulgares. Pero a mí eso me da igual. En lo que le he podido seguir he visto cosas muy cutres, claro. Pero también destellos de un genio inimitable. Y es que solo en la secuencia inicial de Las Vampiras hay más poesía que en mil filmografías completas. Que la tierra te sea leve, maestro.