En menos de una semana me he topado con dos trabajos actuales que representan el apocalipsis. No hablo de profecías agoreras ni mucho menos de la tontuna de los Mayas. Hablo de “El caballo de Turín”, la última película del húngaro Béla Tarr, y del directo del grupo Swans.
“El caballo de Turín” (“A Torinói ló” en su título original) se estrenó en España en las primeras semanas de este 2012, aunque su recorrido comercial no ha sido demasiado largo y se ha limitado a pasearse por filmotecas y salas pequeñas. La anécdota de partida (la de que Nietzsche terminó de perder la cordura al ver a un cochero maltratar a su caballo) es una excusa para recrear la desesperación más absoluta: una existencia reducida a las funciones mínimas para la supervivencia (comer, beber, calentarse, dormir, vestirse) y a largos ratos de espera. Una espera de unos personajes que se cuentan con los dedos de una mano, que a través de dos horas y media y apenas treinta planos revela que nada va a mejorar, que las cosas solo pueden cambiar a peor, hasta la oscuridad total.
El concierto de Swans del sábado pasado en el Kafe Antzoki de Bilbao se enmarca dentro de una gira que ha levantado una expectación inusual para lo que es un grupo de estas características. La banda de Michael Gira ha sido portada del número de noviembre de Rock de Lux y han ejercido de cabezas de cartel del Primavera Club, con lo que internet se ha llenado por unos días de reseñas de su directo, así que pienso que tampoco es necesario que entre en demasiados detalles. Tan solo que fueron dos horas con cinco canciones a un volumen que superó lo recomendable para la salud. Todo funcionó como un desafío: nada puede sonar más fuerte, nadie está más cabreado, nadie puede representar el horror (la violencia, la muerte, la religión, el dinero) de forma más dolorosa.
Tanto Béla Tarr como Michael Gira tratan de provocar una reacción física en el espectador. Los dos se apoyan en el minimalismo: uno en el visual, otra en el acústico. La tormenta sonora de Swans tiene la misma naturaleza que la tormenta que abate los escenarios de la película. Michael Gira ejerce de profeta (de hecho, el título de su último álbum es “The Seer”, el profeta) con un mensaje que no difiere mucho del que lanza el vecino que en la película se acerca a pedir palinka: ya nada importa, nada de cuanto veis vale nada, ninguna de las cosas en las que creiste hasta ahora tiene ya ningún significado. Las dos son invocaciones de la brutalidad, la miseria, la destrucción. Son dos metáforas del abismo. Y son dos de las pocas cosas que me han parecido imprescindibles en este 2012.