En los últimos días me ha llegado desde varios frentes el enlace para ver en versión original subtitulada “Last Days Here”, el documental dirigido por Don Argott y Demian Fenton sobre Bobby Liebling, cantante de Pentagram. Este documental no ha tenido un estreno oficial en España, así que no tengo muy claro cómo ha llegado a youtube ni si terminarán borrándolo como los archivos de Kigonjiro. En cualquier caso, me parece un documento tremendamente recomendable.
Para los despistados, Pentagram es un grupo norteamericano que empezó a publicar discos a principios de la década de los setenta con una mezcla de sonidos hard rock y psicodelia e imaginería esóterica bastante cercana a Black Sabbath. Nunca llegaron a ser un grupo de primera fila pero sí que tuvieron un buen número de seguidores. Durante los noventa sus apariciones públicas cada vez se volvieron menos frecuentes, pero en los últimos años una nueva generación de fans les han reivindicado como inspiradores de géneros en auge como el stoner, el doom y el sludge metal, así que han vuelto a girar (se les pudo ver en la edición de este año del Azkena Rock Festival) e incluso el año pasado publicaron un disco con nuevas canciones.
El documental muestra lo que hay detrás de la imagen pública de Bobby Liebing, un individuo dotado de genio musical y talento escénico pero lastrado por una personalidad conflictiva y unas fuertes tendencias autodestructivas. En este sentido, lo que se enseña aquí es muy duro. Si “The Story of Anvil” mostraba con ironía y ternura las dificultades de la vida en la segunda división del rock, en “Last Days Here” las cosas son más crudas. Mucho más crudas. Vamos, este es un drama humano de esos por los que Susana Griso y Ana Rosa Quintana se pegan cada mañana por contar en primicia. Así que surge la pregunta de hasta qué punto es necesario exhibir imágenes tan truculentas, y hasta qué punto es ético lucrarse con ello.
En la respuesta a estas preguntas va algún que otro spoiler, así que recomiendo que quien todavía no haya visto el documental completo quizás debería echarle un vistazo antes de continuar.
Por un lado, la figura de la estrella en decadencia está arraigada al imaginario del rock casi desde sus orígenes. La trastienda del rock sigue llena de juguetes rotos. No es necesario remontarse a lo que se cuenta en “Por favor, mátame” o en el segundo episodio de “The Decline of Western Culture” para encontrar ejemplos: durante este 2012 hemos visto casos como el de Harley Flanagan, miembro fundador de los Cro Mags quien, totalmente fuera de sus cabales, acuchilló a algunos de los miembros actuales de la banda durante un concierto, o Jason Molina (Songs:Ohia, Magnolia Electric Co.), que ha pasado una larga temporada al borde de la muerte por no tener medios para pagar los costosos tratamientos de rehabilitación del alcoholismo que impone el sistema sanitario norteamericano. Sería necesaria una legión de trabajadores sociales para sondear las causas de semejante concentración de individuos con disfunciones psíquicas y sociales, pero mientras se encuentra una forma de atajar este problema no está de más dar visibilidad a este tipo de situaciones, tan reales como las de los artistas que viven en mansiones o llenan estadios.
Por otro lado, la postura moral de los responsables del documental me parece honesta. En ningún momento tratan de ocultar que detrás de la rehabilitación de Liebling también hay un interés egoísta: el promotor no quiere que se vaya al garete el proyecto porque entonces perdería el dinero y las energías que ha invertido en él. En los momentos en los que está a punto de tirar la toalla lo repite una y otra vez y se lo hace saber al protagonista de la historia. Pero el hecho de que todo termine con la rehabilitación física y la redención vital de Liebling justifica el sórdido espectáculo que hemos presenciado. Y, visto como mero recurso narrativo, el final tan feliz tampoco parece forzado: en todo momento queda claro que se ha llegado ahí por una carambola del destino. Cualquiera es consciente de cuál hubiera sido el final más previsible, ni siquiera es necesario mencionarlo. Por una vez, lo sorprendente es que haya una luz al final del túnel.
En fin, que me ha gustado el documental.