Desde que el viernes al mediodía se anunció de forma pública el agravamiento irreversible del estado de salud de Adolfo Suárez, el recuerdo a la figura del que fuera presidente del gobierno del estado español se ha convertido en tema omnipresente en prácticamente la totalidad de los medios de comunicación generalistas.
Se ha mostrado una agonía sin cuerpo. En ningún momento se ha podido ver el estado real de Suárez. De hecho, hace años desde la última vez que se difundió una imagen suya. Por otro lado, hace tiempo que el alzheimer borró sus recuerdos sobre los hechos por los que ahora se le recuerda¬: la memoria del personaje era ya algo ajeno a su persona.
Desde el viernes se han oído grandes palabras sobre el primer presidente fallecido de la democracia española, cuando en realidad hubo periodos democráticos antes de él. También se ha hablado de “el presidente de la transición”, cuando Leopoldo Calvo Sotelo (fallecido en 2008) o Felipe González podrían compartir ese título. O se ha dicho que fue el presidente que plantó cara al 23F, aunque Suárez hubiera dimitido un mes antes y de hecho lo que se celebraba el día del intento de golpe de estado era la sesión de investidura de su sucesor en el cargo.
No creo que esto deba coger por sorpresa a nadie. Los funerales de estado (al igual que las bodas reales, las investiduras o las victorias de La Roja) son una de tantas naderías sobrecargadas de poder simbólico que bien sirven como medio para apuntalar la legitimidad del Estado, en este caso apoyándose en sus argumentos más irracionales y alejados de lo que se podría llamar el poder efectivo. Es por eso que desde las altas instancias se va a potenciar una saturación informativa que asegure un impacto psicológico en toda la ciudadanía. Por otro lado y por desgracia, las incorrecciones son cada vez más frecuentes en los grandes medios de comunicación. La falta de medios económicos hace que cada vez se cuente con profesionales peor cualificados y que a su vez los medios de documentación sean más pobres. Ergo la información termina por ser más cutre.
En fin. Me dan mucha pereza los análisis apresurados. Me da pereza tener que escuchar todas las opiniones existentes antes de que el cadáver se enfríe. Y también me da pereza que parezca que existe una obligación de expresar continuamente la opinión sobre tantas cosas que resultan ajenas a la vida cotidiana de tanta gente. Ojo, que no es que yo no las tenga sobre este hombre: me gusta el tema de la historia reciente, y de hecho saqué bastante buena nota en un examen de la carrera en el que me cayó una pregunta sobre el gobierno del difunto Suárez. Pero me resulta cansina esta mezcla de necrofilia, de cuñadismo y de #rancionfacts que se acumula estos días en todas las esquinas del mundo virtual de la información.
Así que mi consejo es que todo al que le sea posible se relaje y se distancie durante unos días del ruido informativo. Al fin y al cabo, los libros de historia y las hemerotecas seguirán ahí cuando muchos de estos pesados se hayan olvidado del obituario.
Por cierto, la expresión dead prez (presidente muerto) se utiliza en el argot hiphopero para referirse a los billetes, en alusión a los retratos que muestran impresos los dólares.
Brillante reflexión (no tan) en caliente. Y lo de «una agonía sin cuerpo» y «la memoria del personaje era ya algo ajeno a su persona»… de auténtico diez, a medio camino entre Ballard y Cernuda. Keep It (Un)real!
¡Muchísimas gracias!