La era de esperar en colas

Foto: Álex Cámara para Granadahoy.com

El festival BIME Live ha anunciado esta semana una peculiar promoción: aquellos que ya mismo carguen de dinero la pulsera de pago del festival (que no arrancará hasta el día 26 de octubre) tendrán acceso a una camiseta del BBK Live 2017 pagando solo un eurito más. La organización afirma que esto permitirá que los asistentes se ahorren las habituales colas que se forman cuando la multitud trata de canjear dinero nada más acceder al recinto festivalero.

La campaña me parece bastante rancia: a cambio de una camiseta pasada de fecha, Last Tour International (la empresa promotora de este evento) obtiene liquidez que le permitirá adelantar pagos, o simplemente para invertir en cualquier cosa que le proporcione unos días de rentabilidad extra. Y, en cualquier caso, aunque los visitantes eviten las primeras colas, es muy posible que igualmente se topen con largas esperas a la hora de pedir sus consumiciones en la barra.

Con esta jugada, siento que LTI busca hacer negocio a partir del mal servicio que ofrece. La manera más sencilla para agilizar y hacer más amable la atención al público pasaría por contratar más personal, que estuviera mejor formado y que también recibiera mejor sueldo. Sin embargo, se opta por ofrecer la imagen de que las colas, los retrasos y los agobios son inevitables salvo para los sub-VIP que abonen una cantidad extra. E incluso aquellos que abonen ese suplemento recibirán una atención que en cualquier ámbito ajeno al mundo festivalero se consideraría denigrante. Y lo más triste es que la oferta de un mejor servicio lleva implícita la amenaza de que las cosas pueden ponerse mucho peor.

Esto de forzar a la gente a hacer colas y perder tiempo sin necesidad no es exclusivo del BIME, desde luego. No sé en qué momento se generalizó este castigo, pero por desgracia cada vez lo encuentro en más partes, y me resulta un tanto irritante. Siento que pocas cosas tienen más valor que ese tiempo que desperdicio en conseguirlas y mientras podría aprovechar para, no sé, poner lavadoras, mirar los patos del río Segre o estar echar la siesta con el canal de noticias de TV3 de fondo. Cualquier cosa antes que sentir que alguien está sacando provecho de los larguísimos minutos que me está robando.

La vez que me dije que no volvería a hacer cola si no era estrictamente necesario fue cuando se pusieron a la venta las entradas para el concierto que AC DC iban a dar en 2009 en Barakaldo, justo en el mismo recinto donde tendrá lugar el BIME. Perdí una mañana entera en la cola (virtual) de venta de entradas, refrescando el navegador a base de pulsar el botón F5 como si estuviera jugando al Track&Field, a ver si lograba acceder a la pantalla de pago. Al final todo fue en vano: después de infinitas caídas de la web, al mediodía se anunció que todas las localidades estaban agotadas. Ni siquiera las largas horas perdidas me permitieron acceder al selecto club de decenas de miles de personas que han asistido a alguna de las visitas de AC DC a Bilbao (de hecho un año después repetirían en el viejo estadio de San Mamés). Todo para que más tarde descubriera que los que habían pagado la cuota del Club de Fans oficial del grupo tenían acceso a otra taquilla en la que nunca hubo atascos. Y para que finalmente se pusiera en circulación una bolsa de invitaciones VIP de una proporción escandalosa. Sí, se trata de un grupo enorme y me sé de memoria su discografía hasta el “Back in Black”; pero también es cierto que ese mismo año asistí a conciertos de algunos cientos de bandas más en los que no me tropecé con tamaños contratiempos. ¿De verdad merecieron la pena la pérdida de tiempo y la frustración de sentir que una promotora y una plataforma ticketera habían estado jugando con mis ilusiones? Y entonces yo dije Can, no more.

Así que cada vez siento más recelo de los lugares (a menudo, no-lugares) en los que se ha de esperar más de lo estrictamente necesario. Quizás lo que más inquietud me provoca son las colas para comprar boletos de la Lotería de Navidad en la Administración de Doña Manolita en Madrid. Pero también me asustan las filas en las horas punta de los Burger Kings, Telepizzas o McDonald’s de cualquier centro comercial. O las que se forman ante las cajas de las cadenas de ropa tipo Primark o Zara un sábado por la tarde en el centro de cualquier capital de provincia. En fin: me provoca desasosiego ver a tantas personas compitiendo por unos bienes para los que existe un flagrante exceso de oferta.

Ironías de la vida, una parte estimable de mi vida laboral la he dedicado a atender hileras infinitas de clientes, y parte de mi trabajo actual consiste justo en gestionar colas de gente que suele desesperarse antes de que llegue su turno. De hecho, siempre he pensado que en mi perfil de Linkedin debería figurar como Animador de Multitudes (que en realidad es el encargado de dar vida a las masas de muchos personajes que aparecen en las películas de animación digital, pero es que el nombre de esa profesión me chifla). Así que, como especialista en el tema, también doy por hecho que hay algunas colas de las que es imposible librarse. Por eso siempre que tengo que acudir a la Oficina de Correos, al Ayuntamiento o me planto sin cita en el médico procuro llevar un libro, un cómic o mucha batería para que el móvil aguante una buena sesión de los Sims. Un juego que, por cierto, consiste en esperar durante los larguísimos ratos muertos que nuestros personajes ocupan en terminar una lista interminable de tareas inútiles. Vale, es posible que jugar a los Sims mientras espero en una cola sea una de las maneras más bobas que tengo de fustigarme.

Para terminar, retorno al tema festivalero con el que arranqué. Hará ya tres lustros me encontré con un concierto de Los Ilegales al caer la tarde en un Derrame Rock. A lo largo de esa jornada, desde el escenario se habían lanzado soflamas bastante duras contra el Capital y el Fascismo, contra la Guardia Civil que vigilaba de cerca el recinto e incluso contra la propia organización del festival. Pero Jorge Martínez fue más allá que todos los anteriores y pasó a increpar directamente al respetable. Le resultaba ridículo que un público que jaleaba discursos tan combativos se volviera tan sumiso a la hora de hacer cola para consumir bebida en las barras. Porque, ay, al final siempre caemos como tontos y nos pierde el alpiste.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *